La eliminación de la fotografía y del letrero en bronce del inmortal político, ensayista y literato Juan Bosch a un área de la universidad donada por el gobierno dominicano a Haití, evidencia una grave inobservancia de la autoridad de aquí, si no falta de gobierno o hipocresía monumental, allá. O todo a la vez.
Todos los países no son como el nuestro, donde, sin el menor examen, sin el mínimo rubor, nos maravillamos con lo extranjero. Calles, avenidas y centros importantes de este territorio cargan con la fetidez de nombres tenebrosos en nuestra historia, aunque inmaculados para otros. Así actuamos, no sé si por nuestra eterna cortesía con lo extranjero o si por exceso de una chulería hija de la baja autoestima bien sembrada por el poder a través de los siglos.
Y parece que al menos un soplo de sabrosura hubo con la designación de la biblioteca de la academia con el nombre del laureado político y cuentista dominicano. Porque la donación de esta importantísima infraestructura edificada en el municipio de Limonade, al norte de ese país isleño, no implicaba per se tal reconocimiento, a menos que el donante exigiera esa condición.
Aún así, se supone que la propuesta debió ser aprobada allá por instancias de la institución de educación superior, y hasta por las legislativas, para evitar bochornos innecesarios como el zarandeado en estos días políticamente acalorados en una República Dominicana donde todo es posible, aunque se hunda la isla.
Si las autoridades nuestras agotaron tales procedimientos, entonces el presidente haitiano Michel Martelly es solo una especie de biscuit para saciar el hambre eterna de los responsables del caos político, económico y social que impera al otro lado del río. Y si incumplieron, comoquiera estuvo mal el arranque de la fotografía y del nombre en bronce del fundador de los partidos de Liberación Dominicana y Revolucionario Dominicana y autor de “Dos pesos de agua” “La mujer y “De Cristóbal Colón a Fidel Castro”.
El presidente haitiano debió garantizar a cualquier precio aunque fuesen las formas, pues se trata de la construcción y equipamiento de una universidad, a un costo de US 30 MM (casi 1,400 millones de pesos dominicanos); la más alta inversión visible tras el terremoto que destruyó a Puerto Príncipe a las 4:53 de la tarde (5:53 hora dominicana) del 12 de enero de 2010, mató a unas 300 mil personas y mandó a carpas inmundas a un millón. Y porque fue la República Dominicana el primer país que volcó sus magros recursos económicos y toda su solidaridad minutos después del sismo que halló allí su mejor aliado en la indigencia generalizada por el latrocinio de unos cuantos.
Está bien que las autoridades haitianas designaran Henri Christophe al complejo donado. Cada quien tiene a sus genios y figuras. Y él, esclavo liberado, presidente y declarado rey de la mitad septentrional del país (Reino de Haití, 1811-182), es considerado el suyo en términos de promoción de la educación, aunque para nosotros sea un simple asesino, responsable del mentado “Degüello de Moca”. Uno de los nuestros es Bosch, quien, por su poco imitada práctica ética de la política, su humanismo hasta la muerte, su consagración a la cuentística y a los ensayos, ha sido asumido también por otras naciones importantes del mundo.
Todo lo otro es cháchara barata que tapa el origen de la acción. Sinrazón patrocinada por un senador haitiano, según han pregonado, pero tal vez con raíces profundas en RD donde el lúgubre poder haitiano tiene pares multicolores con quienes convive y sincroniza perfecto para, desde lo más hondo del silencio, tramar travesuras como “bolas de humo” para entretener tontos y campañas sucias y golpes de Estado sangrientos desestabilizadores de la isla.
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