Conforme lo exigía el protocolo, durante su viaje a México días antes de su derrocamiento, Juan Bosch intercambió regalos con su anfitrión el presidente Adolfo López Mateos en el Palacio de Los Pinos, residencia oficial del mandatario azteca.
El mejicano le entregó a Bosch un estuche con dos gallos de pelea labrados en oro, plata y cobre, y una réplica de la campana de Dolores, la pequeña iglesia donde se hizo el pronunciamiento que dio inicio a la independencia de México. Bosch le entregó una caja de puros dominicanos, una caja con arroz, trigo, granos de cacao y pequeñas porciones de dos tipos de café. El presente incluía un par de guineas vivas en una jaula rústica de madera y fibras, que motivaron comentarios en la prensa azteca, según destacaron diarios nacionales.
El enviado especial del Listín Diario, Federico Henríquez Gratereaux, reportó en un despacho de prensa que la negativa del mandatario a “usar los signos exteriores del poder, como es una banda presidencial”, había dado lugar a una “batalla diplomática” que Bosch reconoció haber perdido.
Este viaje, el único que realizara al exterior durante su presidencia de siete meses, estuvo lleno de expectación. Los primeros inconvenientes surgieron durante la escala en Kingston. Bosch ordenó allí mantener los equipajes en el avión, por cuya causa muchos de sus acompañantes llegaron al día siguiente a Ciudad México sin cambiarse de ropas y sin afeitarse. De regreso al país, al hacer escala en Mérida, Bosch descendió del avión para visitar lugares históricos. Se detuvo frente al Instituto Yucateco de Antropología e Historia, pero no pudo entrar porque ya estaba cerrado. Medio molesto, regresó al aeropuerto en medio de un fuerte aguacero. Días después fue derrocado por un golpe cívico militar entre la noche del 24 y la madrugada del 25 de septiembre de 1963.
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