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Cabos sueltos

El informe final sobre las investigaciones en torno a los violentos incidentes en la cárcel de Najayo ha dejado una serie de cabos sueltos que impiden un debido esclarecimiento ante la opinión pública.

Por ejemplo, la versión de que las armas utilizadas fueron entradas desarmadas en varias etapas en prótesis de discapacitados no luce verosímil, sino más fácil pintoresca o infantil para ser aceptada por gente ingenua.

Dado el tipo de armas de guerra utilizadas, entre ellas fusiles automáticos M-16, luce improbable que un desarme minucioso de partes y componentes facilitara su transporte en una prótesis, por más grande que ésta fuera.

Claro está, para los investigadores es más cómodo y también harto irresponsable, aceptar y vender este argumento, en lugar de hurgar en las debilidades, falta de control y el sistema generalizado de corrupción que existen en las cárceles.

Bien es sabido por una cantidad interminable de hechos pasados, que en los presidios entra droga, armas, celulares y cuantos objetos deberían estar prohibidos para los reclusos por cuestiones elementales de seguridad.

Estas graves irregularidades sólo son posibles por la complicidad de agentes penitenciarios y custodios oficiales que por dinero se hacen de la vista gorda para hacer posible que entre hasta un cañón, si así se acordara en una transacción con delincuentes y narcotraficantes.

¿Dónde están los minusválidos que se habrían prestado para introducir estas armas a Najayo y por qué no fueron detectados en su momento?

¿Cómo se puede explicar semejante falla cuando en ocasiones, de forma selectiva, antojadiza y hasta abusiva se cometen excesos al desnudar visitantes y hacer contacto con sus partes íntimas?

Es cierto que las prácticas y mecanismos que utiliza el crimen, incluso trazando planes de acción desde los mismos recintos penitenciarios, ha llevado a aplicar estos aberrantes métodos.

Pero en definitiva, esto indica que cuando se quieren aplicar controles, existen los medios para hacerlo con efectividad, aunque de innegable brutalidad  y que, en consecuencia, las fallas no pueden en ningún caso considerarse involuntarias o fortuitas.

Son muchos los detalles que han quedado sin explicación y que no permiten, con la caridad y precisión debida, saber lo que realmente pasó el día en que el crimen y el desorden se apoderaron de Najayo.

 

 

 

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