Te escribo, ahora que estas lejos, mujer tormentosa de vientos y mareas y voz de trueno, para agradecerte que haya sido tan breve nuestro encuentro (apenas un abrazo, y después el silencio), sin dar tiempo siquiera para contarte el historial redondo de la tierra y reclamarte las cartas credenciales de tus lluvias, saber la razón de tus caprichos de mujer inquieta que subvierte las islas, comprender tu inexplicable odio a las palmeras y saber por qué huyes, burlona, a convertirte en tormenta. No quiero saber de ti. No digas nada después del desorden que dejó tu fugaz presencia. Pero, eso sí, no vuelvas.