Vivo o muerto, como sea que permanezca en Cuba, Hugo Chávez se ha colocado por encima del bien y del mal, no debe ser objeto de oposición, una cosa es él y otra el chavismo, tan reforzado de emotividad, que enfrentarlo en las urnas en esta coyuntura se asemeja al suicidio.
Entonces si enfrentar a Chávez es dispararle a un mito y retar al chavismo en las urnas es una locura, el juego más sensato de la oposición es el de aguardar por un momento menos desfavorable, cosa que ha entendido muy bien Henrique Capriles, no así la Mesa de Unidad Democrática (MUD) que se ha incomodado con las declaraciones del secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, en el sentido de que en Venezuela no hay un conflicto de poderes y que la posposición indefinida del acto de toma de posesión del nuevo período es una decisión avalada por el Tribunal Superior de Justicia.
El chavismo ha habilitado muy bien el cuco de la conspiración como factor de cohesión y de movilización, si la oposición le sigue el juego, lo único que está haciendo es dejándose guiar por la táctica del contrario, cuando lo que le toca es hacerle la muerta o inexistente, porque sólo eso va lograr la fisura que se requiere para equilibrar el pleito, puesto que si el chavismo no encuentra antagonía, empezarán a brotar los conflictos internos que provocarán el inevitable fraccionamiento de una maquinaria concebida a imagen y semejanza de un caudillo desaparecido.
Es cierto que es muy frágil la institucionalidad sobre la que se ha cimentado la denominada continuación administrativa, porque el vicepresidente de la República, no se escoge en la misma papeleta que el presidente, sino que es designado por el presidente después de su juramentación, y si el presidente no ha podido juramentarse, menos aún puede ser efectiva la designación del vicepresidente, por lo que las funciones que ostenta Nicolás Maduro entraron en vacancia con la conclusión del período anterior, y la presidencia debió estar ejercida de manera provisional por el presidente de la Asamblea Nacional, como ordena la Constitución.
Pero si los tres poderes del Estado han estado de acuerdo, hay razones políticas más fuertes que las jurídicas para que se deje que sean los venezolanos y sus instituciones que dirijan su entuerto.
No es el caso del primer presidente elegido por la democracia brasileña, Tancredo Neves, que se postró en cama un día antes de su toma de posesión, pero al acto acudió su vicepresidente, José Sarney, que asumió la presidencia mientras se prolongara la incapacidad del presidente electo, que falleció varias semanas después.
En su accidentada historia ya Venezuela había conocido de la incapacidad permanente de un presidente electo para juramentarse, es más, en una oportunidad el Tribunal Superior Electoral proclamó como presidente electo a un fallecido, que fue el caso del general José Tadeo Monagas, en el 1868, el mismo día en que los electores madrugaron hacia las urnas, partió la caravana que llevaba a Tadeo Monagas no ha su colegio de votación sino hacia la morgue de un hospital, no se dio el parte para no estropear el proceso, sino que se esperó que se proclamara la elección para anunciar la muerte.
Un secretismo tan prolongado como el actual se vivió en el caso del dictador Juan Vicente Gómez, cuya muerte se dio a conocer mucho tiempo después de producida, por conveniencias políticas.