Cuando niño me fascinaba ver cómo algunos lagartos al ser perseguidos por otro mayor o al sentirse atacados por inconscientes muchachos cazadores con tirapiedras de gomitas, se desprendían de su rabo, que quedaba bailando para distraer al perseguidor mientras la presa se escabullía. Más asombroso era ver lagartos que, tras perder su cola, días después mostraban dos en lugar de una, rareza prodigiosa de estos dinosaurios en miniatura.
Recordé mis aventuras de jardín en Gascue, al comprobar que las redes sociales y la Internet hacen casi imposible que alguna gente “bote la cola” para reinventarse. Hechos ciertos, como quién fue abogado suyo o funcionario subalterno, sus pleitos e imputaciones judiciales, como también infamias y difamaciones, cobran licencia de eternidad en el universo digital.
Funcionarios de lengua y cola bífidas, en búsqueda de controlar sectores del gobierno, merecen que la ciudadanía les señale sus notorios baldones, porque si logran acorralar al presidente Abinader, pasará como cuando Balaguer, que la corrupción no entraba al despacho presidencial, pero aluzaba al anillo. ¡Corruptio corrompit omnia! (Incluidos los ohmios…).