Mi hermano menor lleva casi medio siglo trabajando como un mulo, principalmente con casinos y bares en hoteles, pero si me preguntan su oficio no diría empresario. Es coleccionista.
Desde niño, lo apasiona reunir y organizar lo que le interese, desde postalitas, paquitos, monedas, sellos de correo u obras de arte, principalmente pinturas. Comenzó con la modesta colección de casa, que incluía a Yoryi Morel, Genoveva y Tuto Báez, Andújar, Hilario, obras por nuestra mamá y pocas otras.
Ahora el coleccionismo de Fernando logra un hito. Obras de su colección son exhibidas simultáneamente en el Museo de Arte Moderno (europeos y españoles refugiados aquí), la Galería Oviedo del Ministerio de Cultura (Jorge Noceda Sánchez y su imaginario surreal) y el Centro Perelló (el universo mágico de Clara Ledesma).
Pocas veces he visto tanta pasión por el arte como en casa de Fernando y mi cuñada Nancy. Lo admiro no por amasar sus magníficas colecciones, sino por estar dispuesto siempre a compartirlas con el público, sin otro interés que contribuir a que el amor por las bellas artes enriquezca otra vidas, como ocurrió con nosotros gracias a nuestros padres.