Sergio salió aquella mañana del consultorio médico, sintiendo que estaba muerto en vida. Corrió desesperado en dirección a la playa y al llegar se quedó parado contemplando el mar. Por su mente desfilaban escenas grotescas de la vida desarreglada que había vivido.
¡Ah, si pudiese volver atrás el tiempo, escogería otro rumbo! Lo peor de todo era que él conocía los principios establecidos por Dios para tener una vida larga y saludable, pero no les dio importancia. Creía que la juventud sería eterna. Dio rienda suelta a los deseos locos de su corazón hasta aquel día, cuando el médico le dio la noticia fatal: “Usted tiene SIDA”.
Esta vida es una vida de dolor. El sufrimiento, la enfermedad y la muerte no son exclusividad de la gente que rechazó los consejos divinos. También los justos enferman y hasta mueren, pero, la mayoría de las veces, la enfermedad es la consecuencia de haber quebrantado las leyes de la propia naturaleza.
Si tú introduces humo en el pulmón creado para recibir oxígeno, tarde o temprano la naturaleza te cobrará el precio. Igual sucede con las bebidas alcohólicas, las drogas y otros vicios. No hay cuerpo que resista. Es como si tú desearas que el motor de tu auto durase mucho tiempo sin cambiar el aceite cuando corresponde. Nada funciona bien cuando tú desobedeces las instrucciones del fabricante.
El pensamiento bíblico dice: “Oye, hijo mío, recibe mis razones, y se te multiplicarán años de vida”. El texto no dice: “te multiplicaré”, sino “se te multiplicarán”. ¿Por qué? Porque aunque la vida pertenece a Dios, y a quien quiere la da, la calidad y la dimensión de la vida dependen de la obediencia a los principios establecidos por Él para una vida saludable.
Frente al mar, Sergio lloró, clamó, se humilló y pidió perdón a Dios por la vida loca que vivió. Conocí a Sergio años después, administrando de la mejor manera posible su enfermedad, pero viviendo una vida completamente diferente.
Los consejos divinos nunca tienen como propósito cortar la libertad de nadie. Lo único que Dios quiere es que tú seas feliz y vivas una vida plena, como resultado de la obediencia a sus principios. El te dice a ti hoy: “Oye, hijo mío, recibe mis razones, y se te multiplicarán años de vida”. Prov. 4:10.
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