Celebrar 180 años de nuestra independencia gracias al sueño libertario de nuestro Padre de la Patria Juan Pablo Duarte y a su incesante lucha por inspirar a un grupo de jóvenes valientes a seguir su causa de la creación de la Nación dominicana, debe ser siempre un recordatorio de los valores que encarnó y que lo erigen indiscutiblemente como la figura más grande y pura de nuestra historia que deber ser referente de todos los dominicanos, pero también de los más deleznables actos, como el terriblemente injusto trato que recibió por quienes no creían en nuestra capacidad de ser independientes e increíblemente lo condenaron por traición al destierro.
A pesar de que comparte junto a Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella la condición de Padre de la Patria, es innegable que nadie en este país puede comparársele, pues su ética y compromiso patrio fueron tan inmensos, que no pudieron ser borrados por los que como Pedro Santana y Tomás Bobadilla estuvieron siempre más guiados por la ambición de poder que por las causas justas, y por eso lo condenaron al ostracismo hasta su muerte.
El tiempo demostró que Duarte tenía razón en creer que los dominicanos sí merecíamos y podíamos ser independientes, pero quizás lo que nunca imaginó era que nuestros vecinos haitianos de cuya invasión nos liberó, verían sucumbir los cimientos de la República que tan tempranamente crearon buscando emanciparse, por las malas acciones de algunos que han impuesto el peor de los yugos a su propio pueblo, el de la total miseria e indefensión, del cual ansían hoy liberarse.
Estudiar la historia pasada siempre nos hace comprender mejor el presente y ser capaces de propiciar un mejor futuro, y aunque tristemente constatemos que las malas conductas se repiten, debemos estar conscientes de que las buenas, aunque se intente aniquilarlas y sepultarlas en el olvido, siempre trascienden con el paso de los años. También nos hace entender que hay errores que pueden demeritar toda una trayectoria, como hay victorias que a pesar de graves fallos hacen que algunos ocupen un lugar en el panteón de la Patria, aunque compartirlo con algunas de sus víctimas compruebe la fragilidad de sus méritos y la opacidad de su figura.
Los humanos tendemos a no prestar atención a las lecciones de la historia o a hacerlo a destiempo, y quizás por eso nuestro liderazgo político penosamente ha buscado parecerse más a quienes conquistaron la gloria con espadas y que con astucia y malas prácticas lograron enquistarse en el poder en búsqueda de beneficios y reconocimientos perecederos, que a quienes enarbolaron el total apego a los ideales patrios y desapego a los intereses personales, que generalmente tienen por paga la ingratitud de corto plazo, pero que tarde o temprano alcanzan el reconocimiento eterno.
Pensar en el sacrificio de nuestros Padres de la Patria, y de tantos patricios, así como de muchos dominicanos que a lo largo de nuestra existencia han dedicado su tiempo y a veces hasta ofrendado su vida por la conquista de derechos, por la libertad y por la democracia, debe ser la causa eficiente para motivar a cada quien a cumplir con sus deberes como ciudadano, a reflexionar sobre lo que puede hacer desde sus circunstancias para contribuir a una mejor Nación, y a valorar cada día lo que tenemos y a defenderlo, por deficiente que nos parezca, pues ha costado mucho esfuerzo y lograr tenerlo ha significado vencer obstáculos y espantar monstruos que a veces aparecen y, otras veces hacemos que huyan a sus pantanos, pero que permanecen dormidos amenazando con despertarse, lo que debe hacernos ver que no se trata de la lucha de un día, sino de toda una vida. Por eso no debemos cansarnos de educar y de repetir todo esto para hacer comprender que construir un mejor país no solo debe ser la misión de quienes nos gobiernan, aunque a veces algunos con su accionar más bien destruyan, sino un compromiso y deber de todos.