SANTO DOMINGO, República Dominicana.- El mejor aporte al alargamiento de la epidemia de cólera que los haitianos exportaron para acá ipso facto se la sembraron soldados nepaleses de la Minustah, es la inconciencia de la gente, la pobreza extrema, la disfuncionalidad de los sistemas de salud y educación, la pobre inversión del Gobierno en áreas prioritarias para el desarrollo, las mentiras de funcionarios que a contracorriente tratan de justificarlo todo y el oportunismo permanente de una oposición improductiva que no para de hablar: o dando la cara ella o, desde otros frentes, a través de agüisotes que cobran con cheques futuristas.
Una vez más, sin embargo, luce que estamos lejos de cambiar ese tétrico panorama. Una verdadera vergüenza para el país.
Las acciones vistas hasta ahora son de puro relumbrón y solo buscan aquietar una epidemia que apenas hace explosión y que en el menor descuido, con las condiciones climáticas actuales, llegará a un pico tan alto que podría postrar a millones de dominicanos y dominicanas a las puertas de un sistema hospitalario público y privado que, en general, es una caricatura de mal gusto.
Las autoridades andan como un trompo: corriendo adondequiera que le reportan un brote. Parecen afanadas en apagar un fuego gigante con un paño. Se volverán locas con el correr de las horas, si siguen sobre la superficie. La deuda acumulada por hacerse de la “vista gorda” es demasiado vieja y grande, y manda a buscar soluciones de fondo a través de un trabajo diario, planificado, sistemático y en silencio; un trabajo que no gusta a los narcisistas de la política pero que a mediano y largo plazos reporta excelentes dividendos sociales, que es lo importante.
El cólera que ahora busca tarjeta de residencia aquí, ha develado nuestras miserias que muchas veces queremos tapar con muros de cemento, modas y discursos amanerados.
Cuando un envejeciente harapiento y sucio, en vez de estar jubilado agotando sus últimas horas de vida, deambula por las calles y avenidas pregonando sus “chicharrones Light”, cazabe y limones agrios acomodados sobre una bandeja de aluminio que carga al hombro; cuando un clase media o alta entra a un baño a defecar o a mear y sale campante sin haber mirado siquiera los grifos; cuando un estudiante, rico o pobre, va al aula universitaria y deja sobre el piso y las butacas desperdicios de alimentos, vasos usados y gomas de mascar; cuando el vecino le tira al otro los desechos que produce; cuando de cualquier vehículo privado o de lujo alguien lanza lo que sea al pavimento del túnel, el puente, elevado la avenida o la carretera; cuando un vendedor de alimentos se limpia la nariz con los dedos o estornuda sobre los productos que expende; cuando ocho o nueve seres humanos viven en guaridas no aptas ni para ratas; cuando un yipetudo compra una fundita con agua y la chupa con ansiedad mientras espera el cambio de luz del semáforo… Cuando esas y otras escenas se repiten con insistencia, entonces pienso que urge un alto en el camino para volver la vista atrás.
Se trata de actitudes negativas muy sólidas, construidas a través del tiempo a golpe de desidia de las autoridades y las familias. Desarraigarlas no es tarea de un día, entonces. Mucha de esa gente está informada del daño que se provoca y que le provoca a los demás, pero le importa un bledo porque está condicionada por factores como creencias, valores… Un cambio será imposible mientras se agarre el rábano por las hojas. Y de eso tiene culpa el sistema.
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Sin viviendas dignas, sin suministro de agua potable, sin recolección de basura, sin empleo, sin comida, sin acceso a buenos servicios de salud y educación, sin solidaridad, sin prevención porque la medicina curativa es muy buen negocio, con esta caterva de pobres y muy pobres, estamos condenados a recibir malas noticias sobre el cólera y cuantas enfermedades hídricas e infecto-contagiosas existan.
La prevención, aquí, es un término de lujo, exclusivo de unos pocos, entre ellos los mismos políticos, que solo hablan y gastan el dinero del erario en francachelas en vez de hacer campaña acompañando a los depauperados en el lodo cloacal donde malviven.
La lucha contra la pobreza y su cara más fétida, la indigencia, es solo un discurso de pose. El cólera, por tanto, las tiene todas a su favor en su petición de visa permanente de República Dominicana.
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