Redacción Externa.- Cuando son apartados, se pueden generar traumas psíquicos que afectan su desarrollo y su identidad. Comprender y abordar estas heridas es esencial para evitar las secuelas e impulsar su crecimiento
He asistido a muchos niños y niñas separados de su entorno en diferentes momentos de su infancia o adolescencia y vi en sus ojos la tristeza y la confusión honda y profunda.
Ya sea de forma violenta por rapto, secuestro, apropiación o por intervención del Estado, la separación de los niños de sus familias deja cicatrices profundas en su psiquis. Comprender y abordar estas heridas es fundamental para su recuperación y desarrollo emocional.
Niños, niñas y adolescentes privados de cuidados parentales es la denominación que reciben los que, por diversas razones, no viven con el padre o la madre cualesquiera sean las circunstancias y se encuentran bajo el cuidado del Estado. La categoría surgió en los últimos años, buscando abarcar en una misma denominación una diversidad de situaciones que llevan a que bebés, niños, niñas y adolescentes ingresen al sistema de protección del Estado.
También asisto a adultos que fueron secuestrados, comprados y vendidos, separándolos de su entorno y que buscan su verdadera identidad de origen. Es muy triste lo que recuerdan de su infancia apropiada, que realmente no les pertenece porque se la impusieron. Este arrasamiento tiene consecuencias enormes en la subjetivación, ya que ni siquiera saben quiénes son sus padres, a qué familia pertenecen o el día de su nacimiento. Ser víctimas de este crimen los atrapa en una búsqueda perpetua de su verdadera mamá y su familia.
¿Quién soy? ¿A quién me parezco? son preguntas frecuentes que, la mayoría de las veces, no tienen respuesta.
Cuando un niño desaparece de manera violenta, su origen, familia y vivencias se desvanecen, pero las huellas de su pasado quedan grabadas en su psiquis. En el acto de secuestro y apropiación, se violenta, se desconoce y se reniega de la filiación instituida por los padres de origen.
La psicoanalista Alicia Lo Giudice, directora del Centro de Atención por el Derecho a la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo, afirma en relación a los niños desaparecidos por el terrorismo de Estado que, cuando un chico es apropiado, lo hacen desaparecer de un linaje y un sistema de parentesco para obligarlo a pertenecer a otro. Lo familiar se vuelve extraño y lo nuevo familiar es siniestro.
Algo similar a nivel emocional les pasa a los niños secuestrados y desaparecidos por fuera del terrorismo de Estado. Los problemas de confianza, autoestima y otros desórdenes se hacen presentes. La separación de un niño o una niña de su entorno siempre es traumatizante y conlleva secuelas concomitantes.
En los primeros casos mencionados, la acción de separarlos de su entorno para restituir derechos vulnerados, la realiza el Estado. El dolor de los niños separados de su entorno, especialmente de su madre, es oceánico. Los primeros momentos de esas separaciones pueden ser devastadores.
No importa si no quieren regresar a su entorno de origen porque les resulta aterrador o peligroso. Tampoco importa cuánto daño han sufrido, de todas formas extrañan a su mamá.
A veces es una idea de la mamá. Algunos niños y niñas cuentan escenas imaginadas vividas con la mamá y el papá, un paseo, un almuerzo juntos, un viaje en avión. Estas ensoñaciones intentan amortiguar una vida plena de carencias y dolor.
En muchos casos, los niños son retirados de sus hogares por el Estado debido a situaciones de violencia, abuso o negligencia. Aunque la intención es protegerlos, la separación de su entorno familiar conocido es traumática y experimentan una intensa añoranza y confusión emocional. A veces para los cuidadores de estas instituciones y hasta para familias de abrigo y de adopción, resulta difícil comprender este dolor cuando se está ofreciendo lo mejor de lo que se tiene.
Una de las primeras observaciones de la importancia de las experiencias tempranas de los seres humanos fueron realizadas por el psicoanalista austríaco René Spitz. Una de las más conocidas fue la observación de dos grupos de lactantes separados de sus madres.
Los lactantes de un grupo habían crecido en un orfanato donde eran cuidados por niñeras, cada una de las cuales tenía a su cargo siete niños. Los lactantes del otro grupo vivían en un anexo a la prisión donde estaban sus madres y tenían la oportunidad de ser cuidados por ellas durante el día.
Spitz notó que, hacia el final del primer año de vida, el rendimiento motor e intelectual de los lactantes criados en el orfanato por niñeras era ostensiblemente menor al de los niños que habían permanecido en contacto con sus madres; además presentaban conductas de retraimiento y mostraban poca curiosidad y alegría en el juego.
La madre es una figura que provee afecto al bebé, traduce sus necesidades, las adivina, las interpreta e intenta satisfacerlas y es quién hace mundo para el bebé, se lo presenta.
Winnicott decía que la madre le hace conocer al bebé el mundo en pequeñas dosis, adaptándolo a sus necesidades. Este vínculo primario madre hijo es indisoluble para el psiquismo, a pesar de que pueda estar atravesado por múltiples falencias.
La madre también representa una figura arquetípica de cuidado y protección. La ausencia o degradación de esta figura crea un vacío emocional profundo y una cantidad de preguntas difíciles de contestar.
La sociedad también refuerza la importancia del vínculo materno a través de narrativas culturales y expectativas sociales, lo que puede aumentar el sentimiento de pérdida y desorientación en los niños separados de sus mamás. También el compartir en la escuela con otros y sus mamás, los hace sentir fuera de lugar y dolidos. La separación de los niños de sus madres debido a circunstancias difíciles, es una experiencia traumática con profundas secuelas emocionales.
La protección del Estado es fundamental para lograr restituir derechos avasallados y construir un futuro estable, porque no hay que olvidar que la separación genera una angustia enorme que afecta su desarrollo emocional y psicológico.
La separación violenta de un niño de su madre puede causar Síndrome de Estrés Postraumático con síntomas como pesadillas, flashbacks, ansiedad severa y miedo constante y a veces algunos de estos síntomas los acompañan a lo largo de la vida. También la separación de la figura de apego primaria puede llevar a sentimientos de desesperanza y tristeza profunda. La ansiedad y los estados depresivos son comunes en estos niños y niñas.
La ruptura abrupta del vínculo con la madre puede resultar en dificultades para formar relaciones estables. La desconfianza y la inseguridad pueden generar patrones de apego ansioso o evitativo. Por ello es imprescindible crear programas y dispositivos empáticos para albergarlos y que puedan transitar estos momentos tan cruentos que además acontecen en pleno desarrollo subjetivo y pueden definir su futuro.
La falta de un entorno seguro, estable y amoroso durante los primeros años puede afectar el desarrollo emocional y cognitivo, provocando problemas en el aprendizaje y en la regulación emocional. Esta última, a veces, las experimentan como estados maníacos y otras más depresivos. Es muy difícil para un niño o niña que ha vivido en situaciones de violencia, pasar a espacios donde no se ejerzan. El estado de hipervigilancia se mantiene, por las dudas, con lo cual le es muy difícil autorregularse y sentirse tranquilo y seguro.
Varias investigaciones realizadas con niños deprivados de cuidados familiares, demuestran que el interés por el juego y la curiosidad propia de la infancia disminuye en post del escudriñamiento del entorno. Saber qué va a pasar ha sido vital en otros momentos de la vida, y ese mecanismo lleva mucho tiempo para desactivarse. Algunos niños ni siquiera lloran porque han aprendido que no valía la pena hacerlo, porque nadie los consolaba. Llorar para un niño es una manifestación de su subjetividad, aunque se lo considere un berrinche, el llanto tiene mucho que contar.
La consistencia en el cuidado y la presencia de nuevas figuras de apego puede ayudar a restaurar su sentido de seguridad, creando un ambiente estable para la recuperación.
Al mismo tiempo, una terapia psicológica ayuda a los niños a procesar el trauma y desarrollar nuevas posiciones del ser frente a lo vivido, y también poder aceptar una nueva forma de vida.
Aunque pueda parecer extraño que no estén conformes con su nueva vida, donde se respetan sus derechos y deseos, no lo es. Abandonar la vida anterior es un trabajo duro y requiere de un duelo muy complejo: desasirse de la madre y del entorno anterior, especialmente sabiendo que existen, requiere de una profunda labor psíquica.
Es muy importante reconocer que la recuperación es un proceso largo y requiere paciencia y amabilidad, y es esencial que los cuidadores sean comprensivos y empáticos, y estén preparados para enfrentar retrocesos, cambios abruptos, berrinches, y rechazos en el progreso del niño.
Los niños y niñas que han estado deprivados también necesitan probar hasta donde se puede, cuánto los quieren y comprenden, y por ello son, para los adultos, desafíos muy difíciles de afrontar.
En Argentina, hay aproximadamente 9.000 niños que viven en hogares y centros de cuidados alternativos. La mayoría de ellos han sido separados por motivos de protección contra la violencia dentro de su hogar.
Los hogares convivenciales no son “Rincón de luz” (es una serie infantil argentina emitida durante el año 2003), aunque todo el personal y las familias se esfuerzan hasta el agotamiento en hacer lo mejor para los niños. Lo cierto es que la magnitud del dolor, la falta de recursos y la falta de políticas públicas destinadas a la infancia hacen que todo sea mucho más complejo.
Los estudios indican que entre el 30% y 50% de los niños en instituciones presentan síntomas de ansiedad, depresión y síndrome de estrés postraumático (TEPT). Los niños que logran ser adoptados muchas veces también presentan apegos inseguros por haber experimentado múltiples separaciones y traumas y pueden tener dificultades para formar apegos seguros con su nueva familia. Esto puede manifestarse como desconfianza, miedo a la intimidad, o comportamiento evitativo y hasta sentirse en deslealtad con su familia de origen.
Algunos niños y niñas también pueden desarrollar un apego reactivo, una incapacidad para formar vínculos emocionales saludables con sus cuidadores, mostrando desapego, indiferencia o incluso conductas opositoras en diferentes momentos de su desarrollo. Esto daña profundamente las relaciones, por lo que es crucial comprender el desafío que nos proponen estos “corazones rotos”.
Es fundamental que entendamos la magnitud de este problema, tanto para los niños y niñas desaparecidos, y los adultos que buscan su identidad de origen; como para los niños separados de su entorno en la restitución de sus derechos. Debemos promover una legislación adecuada y la creación de espacios y entornos seguros y amorosos para su recuperación. Con políticas públicas y apoyo adecuado, es posible ayudar a sanar las profundas heridas causadas por estas experiencias traumáticas.