Cierta oposición quiere presentar como debilidad una de las virtudes del presidente Abinader: procurar que decisiones en curso de efectuarse cuenten con suficiente apoyo o comprensión del público.
Gobernar por consenso –acuerdo y consentimiento entre todos— es casi imposible. Hay asuntos con tanta distancia entre intereses contrapuestos que se dificulta en extremo que haya algún acuerdo. Por ejemplo, los abusos de pseudo-sindicatos del transporte que reciben subsidios, apoyo policial a sus desmanes en las vías públicas e impunidad ante su ilegal control de la carga en los puertos. Operan violentando derechos constitucionales de clientes y competidores, con la complicidad de políticos que impiden arreglar ese desorden.
Pero en los casos del fideicomiso de Punta Catalina, del documento de identidad para haitianos fronterizos y otros, aunque sea difícil un consenso, el gobierno actúa correctamente al evitar tensiones sociales, cuando hay muchas otras mechas para barriles de descontento popular. Quizás una parte del público ve como fortaleza lo que la oposición llama recular por improvisaciones. Comoquiera, gobernar significa decidir y disponer, aún sin consenso.
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