La democracia que nos gastamos en el país, con todas sus imperfecciones y frustraciones, precisamente por una clase política que se nutre del erario público y que poco hace por la institucionalidad, es cada vez más costosa como un barril sin fondo, mientras el contribuyente padece carencias en servicios esenciales.
Como si no fuera suficiente con el pesado lastre que arrastra el país con una deuda externa que se traga gran parte del presupuesto nacional, con el agravante de que ha llegado a tal nivel que solo se amortizan intereses, la Junta Central Electoral acaba de elaborar una propuesta de presupuesto de gastos para el próximo año 2020, ascendente 16,540 millones. De esa cantidad, poco más de la mitad 8,377.5 millones serían para la organización de las elecciones.
Es ciertamente un gasto exorbitante en un país donde renglones tan vitales como la salud están descuidados en algunas áreas, mientras llueven las quejas en diversas comunidades del país por apagones y deficiencias en los suministros de agua potable.
Ante las quejas del empresariado, la sociedad civil y otros sectores por este multimillonario presupuesto que reclama la Junta para organizar y montar las elecciones, su presidente, Julio César Castaños Guzmán, parece darle de lado a esas inquietudes diciendo que el costo de las elecciones municipales y congresuales están supuestamente estandarizadas con parámetros a nivel mundial.
En otras palabras, que según su opinión ese gasto se justifica y por un monto no susceptible de disminución y además ajustado a los referentes en otras democracias, aunque no citó casos específicos para ilustrar su apreciación comparativa.
Además de la Junta, la democracia dominicana es sumamente costosa porque con el dinero del contribuyente se financia el accionar de los partidos, que para colmo no rinden cuenta de la forma en que manejan esos recursos.
Cada vez tenemos más partidos, movimientos y agrupaciones políticas que poco hacen para el adecentamiento de la política, ya que algunos son creados para ser usados como alquiler o bisagras, en la búsqueda de conveniencias grupales en la que los electores no cuentan en nada.
Es un panorama deprimente y lo más preocupante es que no se observan señales de avance hacia la superación de esos males.