Con involuntaria minuciosidad y la paciencia de una hormiga, podría estar creándose entre nosotros el espacio para un futuro redentor que se llevaría de encuentro cuantos órganos e instituciones de nuestro sistema político conocemos, por lo menos en lo que se refiere a la manera como éstos funcionan. Algo así ha ocurrido en Venezuela y probablemente suceda en Ecuador y Bolivia. Y si ese terrible momento llegara muy pocos elevarán un grito de protesta, hastiados como estará el país de tanta corrupción y atropello a la ley y el buen sentido. Ya sucedió en Perú cuando Fujimori clausuró el Congreso frente a irrefutables evidencias de corrupción y desorden.
Si se gastan miles de millones en “nominillas” electorales y en un faraónico metro, no puede quedar dinero para aumentar los salarios de sus servidores públicos. En cambio, si alcanza para el de los funcionarios del más alto nivel y hacer parasitarias designaciones en la administración pública y consolidar con ello adhesiones políticas.
Un país donde el impuesto al salario, al trabajo productor de riqueza, es catorce por ciento mayor que las ganancias del juego, no anda bien. Y si en ese mismo país, como es el caso nuestro, para subir el sueldo de los médicos el Congreso quiso una vez establecer más gravámenes a los cheques y al sistema de salud, cediendo a presiones provenientes del juego y las bancas de apuestas, la irracionalidad terminará imponiéndose a la ley y a las reglas. Mientras todo eso se ha visto, la criminalidad y el narcotráfico se adueñan del territorio y las bandas armadas imponen su ley en las calles.
Entiendo la frustración que se apodera de profesionales y jóvenes de clase media que no encuentran medios para desarrollarse en un ambiente de decencia, mientras contemplan con estupor y sombro la facilidad con que muchos otros hallan refugio en actividades de bajo mundo, en la búsqueda de riqueza e impunidad.