El lenguaje es eminentemente humano, más aún, la palabra es lo humano.
El lenguaje es la capacidad que nos diferencia de los demás animales. Nuestro cerebro, de mayor tamaño y con la posibilidad de desarrollar competencias cognitivas y lingüísticas superiores, nos da la posibilidad de expresar pensamientos, sentimientos, emociones, intereses y actitudes de amor y desamor.
He aquí el poder de la palabra, es única y nos valida como humanos. Nos hace ver que existimos, que estamos, que somos. Y es por esta misma razón que con tanta frecuencia se usa sin planear o premeditadamente para castigar, molestar y hasta violentar a las personas que nos importan y que les importamos.
La palabra es un elemento poderoso que nos eleva a la cima más alta o nos derrumba hasta la más vil oscuridad. Con la palabra construimos la autoestima de los niños y niñas, restablecemos una relación importante y despertamos el orgullo de una nación.
En el tema de violencia intrafamiliar que he trabajado por casi 30 años, son incontables las historias de daño a través de la palabra por exceso o defecto. Y es que a veces no sabemos qué es peor, si la ofensa expresa o la ausencia de palabras que anula. Paul Watzlawick, teórico de la comunicación humana, describió 5 axiomas de la comunicación. El primero plantea la IMPOSIBILIDAD DE NO COMUNICAR. Esto es que cuando NO hablamos es cuando más decimos. Que cuando callamos proclamamos y cuando hacemos silencio vociferamos.
De la ofensa y la palabra dañina estamos más claros, de hecho en nuestra legislación está penalizada la violencia verbal en el ámbito privado y en el público. Pero esa palabra que no se dice, pero que dice más de lo que debería, es muy dañina y provoca un dolor más difícil de identificar y describir.
Padres y madres que literalmente no miran, ni hablan a sus hijos/as; que no responden ante la solicitud de un permiso de su adolescente; que dejan de hablarles por una semana porque bajó las notas en el colegio; que frente a una pregunta acerca de la sexualidad o algún otro tema difícil sencillamente no responden o cambian el tema. Padres y madres que esperan que sus hijos interpreten que los aman por lo mucho que trabajan, el colegio que les pagan o los regalos que les hacen.
Mujeres que esperan que sus parejas adivinen sus deseos, interpreten sus necesidades y conozcan sus carencias sin decir lo que esperan de la relación. Que dejan de hablar durante días y semanas por un disgusto. Mujeres que castigan negando la actividad sexual en vez de confrontar lo que sienten y desean.
Hombres que sencillamente no responden ante una pregunta explicita, o no toman el celular durante horas. Que no llegan a casa o que no avisan que han invitado amigos. Que no solicitan claramente lo que quieren porque se supone que toda esposa sabe lo que su esposo espera de ella. Hombres que no dicen te amo porque estar en la relación lo supone.
Todo este lenguaje que no es palabra, pero que expresa, genera mucha confusión, ambivalencia, angustia y enfermedad emocional.
De eso están repletas nuestras familias y por esto el resultado son seres humanos que andan perdidos de sí mismos en busca de la persona que les llene y les valide, pues mucha gente en su historia les negó la posibilidad de la palabra sincera que es una de las expresiones autenticas del amor.