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Batalla Electoral 2024

Cuando la gente se harta

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Las ciencias sociales no muestran buen record en la predicción de revueltas y revoluciones. Las insurrecciones populares surgen casi siempre de manera sorpresiva, aunque a posteriori se ofrezcan explicaciones con cierta coherencia. Así sucede ahora con las movilizaciones en el norte de África, que por su furor amenazan con tener un efecto en el mundo árabe.

El autoritarismo y la pobreza no son nuevos en esos países y los problemas están ahí desde hace tiempo.

Predominan las gerontocracias gubernamentales, ya sea por edad de los presidentes, por longevidad de los regímenes autocráticos, o por ambas cosas.

La coerción ha primado para ejercer control social, el desempleo es alto aún en las capas medias, y muchos jóvenes no perciben un futuro promisorio. La mayoría de la población es joven.

Por décadas, estos regímenes represivos como los de Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto han mantenido sus países oprimidos con el apoyo de Estados Unidos y Europa. Pero un día, y así sucede casi siempre, una gota derrama la copa que siempre estuvo llena de problemas.

En Túnez fue la autoinmolación de un joven universitario convertido en vendedor ambulante. Luego se auto inmolaron otros, y después, muchos amasaron coraje para salir a las calles a protestar.

El contagio social magnifica la acción porque se conjuga la razón y la emoción, y el sentido de solidaridad se impone ante la desventura. Ser parte de una causa social derriba la tendencia individualista a refugiarse en sí mismo, o a discernir en solitud acerca de los acontecimientos sociales.

El pasado domingo 30 de enero, el periódico El País publicó un artículo titulado: “¿Quiénes hacen la revolución?” Fue una sinopsis de comentarios de egipcios que captó bien el clamor que emerge de una misma queja: los gobernantes tienen lo que el pueblo carece, lo que el pueblo desea y lo que el pueblo merece.

La cita textual de un trabajador hotelero ilustra el sentimiento que incitó a la acción contra el gobierno de Mubarak: «Lleva demasiados años en el poder y hace mucho que se ha olvidado de nosotros, que tenemos una precaria educación para nuestros hijos y vivimos sin la esperanza de poder prosperar».

Es harto sabido que las revueltas y revoluciones no son sólo producto de la pobreza. El factor fundamental que engendra espacios de efervescencia social es la desigualdad que irrita y la creciente expectativa de mejoría que la gente no logra satisfacer. En este contexto la ciudadanía conecta la comprensión de los problemas y la ira emocional que juntas llevan a la acción política.

Pero la movilización, por más impresionante que sea, casi nunca es suficiente para derrumbar gobiernos. Se necesitan fracturas al interior del bloque de poder.

En Túnez, y sobre todo en Egipto, el papel de los militares será crucial en apagar o facilitar la posibilidad de cambios reales, porque esas dictaduras personalistas se han sedimentado en ejércitos financiados por Estados Unidos y Europa, y la estabilidad política del mundo árabe petrolero es vital para ellos.

Acostumbrados a ignorar las violaciones a los derechos humanos a cambio de estabilidad, Estados Unidos y Europa enfrentan ahora la difícil decisión de qué hacer ante la avalancha de protestas populares. No pueden insuflar de poder a los gobiernos existentes porque la población se hartó de ellos, pero les aterra que caigan por la libre por temor a que capitalicen en el caos los fundamentalistas islámicos.

El horno está caliente y la gente espera respuesta. Aunque apaguen el internet y los celulares temporalmente, estamos en pleno siglo XXI, y los leaks serán parte integral de la política internacional.

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