La columna de Miguel Guerrero
A este país le esperan momentos muy difíciles. La apariencia de tranquilidad y la ilusión de bienestar que dan las políticas sostenidas en un creciente e inaguantable endeudamiento y constantes reformas tributarias, a un ritmo de una por poco más de un año, no podrán mantenerse por mucho tiempo.
La creencia de que enriqueciendo al Estado a costa del empobrecimiento de la sociedad, permitirá continuar las prácticas clientelares y mantener así la frágil estabilidad, económica, social y política, caerá por su propio peso.
La experiencia que viven hoy otras naciones con más recursos e instituciones democráticas, al parecer no cuenta para quienes han subvertido las estructuras institucionales, subordinándolas al interés de prolongarse en el poder para garantizar de ese modo, sin límite ético y moral alguno, los frutos del secuestro de los poderes del Estado.
Si a esto se agrega el convencimiento, cada día más firme, de la sumisión de las estructuras judiciales a ese ilimitado esfuerzo de concentración de poder, que ya ha destruido de hecho toda oposición real, el pueblo podría verse forzado a ceder a la tentación de otras opciones no del todo institucionales, como la toma de calles y plazas, sea por incitación, lo cual no parece probable ante la inexistencia de un fuerte liderazgo opositor, o por generación espontánea, como se ha visto en numerosos países en los actuales momentos.
La frustración que supone la negativa de la justicia a investigar expedientes de corrupción y lavado de activos de poderosas figuras políticas, incluyendo al ex presidente Fernández y al senador Bautista, le plantea a importantes sectores de la sociedad el dilema de escoger entre dos opciones. O encamina sus justos reclamos de justicia y reivindicación por una vía que entiende secuestrada o se decide por las calles, al ver cerradas las puertas de la primera. Quiera Dios que esté equivocado.