En medio del tráfago de las urgencias cotidianas y de la pasión que origina la política, en niveles a veces francamente desquiciantes, los dominicanos hemos ido perdiendo paulatinamente perdido la capacidad de asombro y de protesta ante algunos temas de trascendencia humana.
Esto explica por qué no ha habido la indignación generalizada que debió producirse, en la opinión pública y en toda la nación, por la manifiesta negligencia del sector oficial a las víctimas del naufragio de Sabana de la Mar.
De forma muy precisa y con la responsabilidad que caracteriza sus artículos, el periodista Juan Bolívar Díaz se hizo eco de esta indolencia diciendo lo siguiente: “No Ha habido ningún funeral en Catedral, ni se decretaron día de duelo. Ninguna autoridad ha declarado, ni siquiera por rubor, consternación ante la inmensa tragedia en la que por lo menos 52 dominicanos perecieron”.
En efecto, mientras esos dominicanos sin renombre morían en las aguas del Atlántico en la búsqueda de una mejor suerte, el país y sus autoridades seguían más pendientes a la política y a los rutinarios asuntos del diario vivir.
¿Cómo es posible que, salvo algunas voces sensibles y conscientes, hayamos permanecido indiferentes frente a esa desgarradora escena mostrada por las cámaras de televisión, de los cuerpos de las victimas lanzados al suelo como basura desde un camión-volteo?
Aun en medio de las inevitables miserias humanas y de la degradación moral que nos abate, alguna reserva de sensibilidad humana debe contribuir a evitar la indolencia frente al dolor ajeno.
Mientras se cuenta con dinero y todo tipo de recursos para los despliegues proselitistas de los partidos, en Sabana de la Mar se tenían que hacer colectas para proveer de combustible a los yoleros que ayudaban en las labores de rescate de los cadáveres.
Se trata, no hay duda, de una vergüenza nacional que debe llevarnos a una profunda reflexión de un estado de deshumanización que habla muy mal de nosotros como pueblo y sociedad.