Un amigo preguntó a un colega periodista con muchos libros publicados por qué seguía afanando con escribir y publicar. La respuesta fue tan sincera como conmovedora: “porque quiero que me lean”. Es muy triste que en Santo Domingo haya más escritores que lectores. Todos los años se publican dos o tres nuevos libros cada semana con modestas tiradas que usualmente no venden más que pocas docenas de ejemplares antes de ser retirados de las librerías. Quizás por eso, pese a llevar más de veinte obras publicadas, algunas con más de siete reimpresiones, prefiero sentirme más lector que escritor. El periodismo es otra cosa, que he llamado “virus incurable”. Desde pequeño quise ser periodista. También quise ser obispo hasta que un perro me mordió en el patio de Santo Tomás de Aquino, donde era monaguillo, poniendo fin a ese error. Para ser abogado debí estudiar intermitentemente y décadas después hacer la carrera completa desde el principio. Pero he sido periodista ininterrumpidamente de manera profesional, desde hace casi medio siglo. Mi papá solía decir que quien cree en curas, abogados o periodistas no puede creer en Dios. Siempre me mortificó desencantarlo con estas desafortunadas vocaciones. Quizás realmente es un virus porque ¡cuántas cananas!
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