El Senado recibió ayer del Poder Ejecutivo la esperada propuesta de modificación del Código de Trabajo, en cuya modernización de 1992 participé en el marco del diálogo tripartito. El ministro Luis Miguel Decamps dijo que el proyecto de ley requirió más de cien reuniones para “socializarlo” y que fortalece los derechos de los trabajadores. Los empleadores, según el CONEP, no consintieron en un consenso. Los sindicalistas recibieron del Gobierno la promesa de no eliminar la cesantía. Sin dudas es necesario adecuar la regulación del trabajo para los nuevos tiempos. Pero es erróneo que algún acuerdo deba ser como repartir un pastel inelástico, que alguien pierde si otro gana. El Congreso conocerá añadir un día a las vacaciones, las condiciones del teletrabajo y el empleo doméstico, reforzar las consecuencias de violar la cuota máxima del 20% de trabajadores extranjeros, y de demandas judiciales temerarias o embargos injustificados. Es curioso que los funcionarios insisten en que se busca favorecer a los trabajadores; para nada refieren que debemos crear condiciones óptimas para la creación de más empleos productivos. Ojalá no resulte un código bellísimo lleno de buenas intenciones irrealizables o que no estimule la creación de trabajo en el sector privado.