Si me dieran a escoger entre Hipólito Mejía y Danilo Medina, los dos candidatos presidenciales con las más altas probabilidades para ganar las elecciones del 20 de mayo, preferiría al segundo. Por razones afectivas y por su discurso coherente sobre la pobreza.
No le conozco pero sé, por los medios, que es sureño, de Arroyo Cano, ubérrima provincia San Juan de la Maguana; y yo de Pedernales, una comunidad ecológica y de minería exprimida, en la frontera dominico-haitiana, contiguo a Anse Pitre (Ansapito, para los pedernalenses).
Toda mi vida he soñado con tener en Palacio a un hombre del sur, que le duela duro el sur. Porque dolerle duro mi región, desde mi perspectiva, sería dolerle duro la pobreza del país entero.
Con ello no quiero decir que el ex Presidente Mejía (2000-2004) no sienta mi zona como Medina. Ni que el Presidente Leonel Fernández sea un indiferente con el empobrecimiento que siembra el “capitalismo salvaje” entronizado en nuestra sociedad. Ni radical que fuera.
Pero han sido mandatarios y de ellos aguardaba otras esperanzas, las cuales, como ejercicio de salud mental, las reverdecía casi a diario al “comprarles” sus promesas.
Siempre he creído que con la llegada del PRD al Gobierno, en 1978, comenzaría a cambiar el panorama bochornoso de la marginalidad y la mendicidad de la mayoría. Ese partido está sustentado en una base muy pobre, y ni así. Antonio Guzmán, Jacobo Majluta, Salvador Jorge Blanco e Hipólito Mejía apenas rozaron el problema.
Lo mismo con el PLD. Fernández termina su tercer período con algunos avances; aunque muy lejos de los esfuerzos consustanciales a sus promesas y al nivel de conciencia que se le supone por haber nacido muy pobre.
He soñado con la conversión de mi provincia y toda la frontera en una “una tacita de oro”, como me prometió en 1996 el Presidente, siendo yo director y locutor de noticias de Radio Mil Informando. Un sueño realizable con pocos recursos si hubiera voluntad, vista la importancia geopolítica de aquella zona y su escasa población.
Jamás imaginé que después de tres gobiernos del PRD y tres del PLD, existiría la afrenta de la indigencia en las riberas de los ríos Ozama, Isabela, Yaque del Norte, Higuamo y demás fuentes acuíferas de las grandes ciudades. Ni favelas como Capotillo, Gualey, Los Guandules, Simón Bolívar, La Zurza y sus equivalentes en cualquier rincón del territorio nacional. Lo que he visto, hasta ahora, es a derechistas e “izquierdistas” jugando a la ignorancia de los pobres para cambiar ellos de estatus social, a través de la política o de ONG.
Tampoco pensé que a estas alturas tendríamos analfabetos por montones. Y escasos empleos.
Como no soy pesimista, Medina me reanima un poco con su propuesta de modelo, enfocada en la educación, la salud y la erradicación de la pobreza. Aunque me ocupa la aprehensión de mucha gente: ¿Con cuáles funcionarios ejecutará sus planes, programas y proyectos construidos a partir de las políticas que discursea? Porque una de las más resaltantes debilidades del Presidente actual (que ahora repercute en los resultados de las encuestas electorales), es haber instalado un gabinete eterno, inamovible pese a la creciente impopularidad de varios de los integrantes, atribuida a la vejez de su ejercicio, su arrogancia y su egoísmo. Porque, olvidándose que son políticos, solo hacen campaña cuando necesitan el apoyo de los electores. Lástima que no tengan presente a Dick Morris cuando ha sentenciado: “Un presidente bueno (y yo digo: un político bueno), siempre está en campaña”. Y siempre estar en campaña, para mí, es pensar en la gente, acompañarla cada minuto, facilitarle la vida, empoderarla… No es aprovechamiento del otro.
Y no es por amor al arte que esos funcionarios están en el frente de batalla del candidato morado.
Si Danilo Medina y Margarita Cedeño ganaran los comicios de este mes, no tendrían tiempo para perder. Deberían voltear la torta de inmediato porque del otro lado casi se achicharra. Su nuevo equipo, si lograran articularlo, urgiría de un cambio de modelo donde los piel rosada del bienestar no sean dos o tres sino toda la población.
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