Conversaba ayer con amigos escandalizados por el derrotero por el cual la industria de la música conduce al gusto de las masas. Uno recordó que Octavio Paz habló del rumbo de nuestra cultura en “Tiempo Nublado” hace cuatro décadas.
Aventuré mi opinión: los bodrios que las disqueras venden como arte, mayormente a clases socioeconómicas bajas latinoamericanas y estadounidenses, no son la causa de la “incultura”, concepto dudoso, ni de otros males sociales. Son una consecuencia.
Hay círculos viciosos o virtuosos en que las economías y las culturas se influyen recíprocamente. Las sociedades abiertas con economías capitalistas con graves inequidades sociales, como aquí y allá, producen una “subcultura de la pobreza”, una de cuyas manifestaciones es esa “música” con letras infames.
Invocarán al huevo y la gallina, pero las sociedades que produjeron a Mozart o los ritmos tradicionales africanos, ricos en variedad de percusiones, igual que hoy tenían franjas marginales de gente menos educada, cuyas costumbres sus contemporáneos más afortunados consideraban inferiores o bárbaras. La cultura produce la música, no la música a la cultura.
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