Los datos de 2018 sobre violencia de género e intrafamiliar en el país son espeluznantes. Según la PGR, hubo 561 casos de violencia física, verbal y psicológica contra mujeres, y 5,245 casos de violencia intrafamiliar. Valga recordar que de 2005 a 2018, 1,356 dominicanas fueron víctimas de feminicidio, es decir asesinadas por su condición de mujer, una tipificación distinta a otras como riñas u homicidios comunes.
Los delitos sexuales registrados en 2018 llegaron a 554, contando 300 casos de violación, agresión y acoso, y 228 casos de seducción a menores. Fue necesario dictar 15,757 órdenes de protección, y sabemos que eso es apenas lo que se denuncia.
Por otro lado, en un estudio reciente sobre violencia, abuso y explotación sexual contra niños y adolescentes reportados en fiscalías, se detectaron 1,683 casos. De estos, 582 corresponden a abuso sexual. Los agresores en su mayoría fueron el padre, el padrastro, el tío o el cuñado, y ocurrieron en el hogar del menor o el del agresor. La mitad de las víctimas tenía 13 años o menos; el 84% era del sexo femenino y el 16% del sexo masculino. Entre los abusos sexuales hubo caricias, “brecheo”, charlas sobre sexo, penetración y/o sexo oral. Los daños a los niños, niñas y adolescentes incluyeron moretones, cortaduras, traumas, quemaduras, incluso fracturas.
A este panorama sumemos datos que ya hemos compartido: de los 22 cargos de ministros, solo 3 son ocupados por mujeres; de un total de 126 viceministerios, solo hay 32 viceministras. Apenas el 22% de los cargos de elección popular están ocupados por mujeres, y ya sabemos que serán menos del 25% de los precandidatos postulados por los dos principales partidos políticos. Por si fuera poco, según la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres dominicanas en 2016 eran apenas el 12.8% de los directivos en empresas medianas y el 18.1% en empresas grandes. Pero claro, por otro lado son el 93% del servicio doméstico.
¿Es acaso que los hombres dominicanos están genéticamente configurados para golpear y matar mujeres? ¿Que los niños, niñas y adolescentes están condenados por leyes biológicas a ser abusados, maltratados, explotados y violados? ¿Será que las mujeres no tienen ganas de participar en política ni dirigir empresas, que son menos esforzadas, competentes o estudiadas? ¿Acaso simplemente basta declarar que todos somos iguales en y ante la ley, y no hablar de la igualdad y libertad en la práctica? ¿Todo esto es intocable, invariable o lo podemos cambiar con conocimiento y políticas dirigidas a vivir mejor?
Resultaría absurdo que callar sea mejor que hablar del tema, o que proponer cambios sea una “conspiración comunista” o “meterse con los hijos”. Ese sí que no puede ser tildado como otra cosa que un ejercicio ideológico, aquel donde los intereses, posiciones, privilegios y agendas particulares de un grupo social se instalan como «verdades», distorsionando la realidad con burdas falacias e inventos sin pudor por ser descubiertos ni a trastocar los recursos que dan la democracia, las TICs y la comunicación abierta.
Hacer algo ante es un evidente deber ético, especialmente con los más indefensos. Nuestro país es cuna de las Mirabal, María Trinidad Sánchez, Piky Lora, Ercilia Pepín, Salomé Ureña, Mamá Tingó; del Juan Bosch que escribió los cuentos “La mujer” y “Un niño”, y de Juan Pablo Duarte, quien señaló “«Sed justos lo primero, si queréis ser felices. Ese es el primer deber del hombre; y ser unidos, y así apagaréis la tea de la discordia”. Somos faro de luchas por la libertad y la igualdad.
En la siguiente entrega continuaremos desnudando y refutando las teóricas conspirativas y embustes enlatados que algunos importan usando falsas autoridades intelectuales, productos del marketing que hasta sus propios correligionarios llaman “neonazis”, sembrando miedo y división. Ante la propaganda y la defensa de intereses y privilegios, es necesario usar la razón, separar la paja del trigo, pensar por nosotros mismos y plantear las soluciones reales que reclama nuestra sociedad.
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