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De crecimiento, coyunturas simbólicas y cisnes negros

Parafraseando al premio Nobel Robert Lucas: “Las consecuencias para el bienestar humano envueltas en preguntas como estas son simplemente sorprendentes: cuando uno empieza a pensar en ellas, es muy difícil pensar en otras cosas.”

Magin J. Díaz
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El análisis del crecimiento es uno de los temas más fascinantes en economía. ¿Por qué algunos países crecen mucho y otros poco? ¿Por qué en algunas economías se deterioran los niveles de vida consistentemente? ¿Cuáles factores explican este comportamiento?

Parafraseando al premio Nobel Robert Lucas: “Las consecuencias para el bienestar humano envueltas en preguntas como estas son simplemente sorprendentes: cuando uno empieza a pensar en ellas, es muy difícil pensar en otras cosas.”

Las implicaciones de estos temas para los estándares de vida de las personas son espectaculares. Una economía en crecimiento permite un aumento en la calidad de vida de las personas, al cual es imposible acceder de cualquier otra manera.

En un libro ya clásico de Robert Barro y Xavier Sala i Martin, encontramos ejemplos que son dramáticos: La diferencia de crecimiento per cápita (el crecimiento de la economía ajustado por el crecimiento de la población) durante un periodo de poco más de 100 años fue de apenas 1% entre Estados Unidos y países como Afganistán y Filipinas.

Y el resultado fue que los Estados Unidos se convirtió en una de las economías más ricas del mundo y los otros países mencionados se quedaron totalmente rezagados. Una pequeña diferencia de crecimiento económico en un periodo muy largo de tiempo define el nivel de bienestar entre países. Por eso cada punto de crecimiento importa.

Otros paradigmas más recientes son igualmente ilustrativos. La India, China y Corea del Sur han crecido a tasas espectaculares superiores al 6% o hasta 10% en algunos casos por periodos de más de 40 años.

Hoy se trata de tres de las grandes potencias económicas mundiales. Es decir, sostener una alta tasa de crecimiento puede hacer milagros económicos en una o dos generaciones. La República Dominicana creció desde 1961 hasta el 2019 a un promedio de 5.3%. Nada mal realmente.

Es evidente que el crecimiento no mide el bienestar. Ya en 1948, Paul Samuelson, uno de los economistas más laureados de la historia, resaltaba algunos de los problemas en la medición del PIB. Pero esto no es suficiente para desmeritar por completo el argumento. Lo que sí ha ocurrido es que se han desarrollado medidas complementarias para medir el bienestar, e incluso la felicidad de las personas y de los países. Pero nunca se debe subestimar la importancia del crecimiento económico.

El tema también se presta para discusiones políticas. En los 22 años que gobernó Balaguer (PRSC) a partir de 1966, el crecimiento promedio fue de 6.2%; en los 12 años que administró el PRD la tasa fue de 2.8%; y en los 20 años del PLD fue de 6%.

Estoy seguro de que la generación de más edad tiene mejor recordación del Gobierno de Antonio Guzmán durante el cual la tasa de crecimiento fue de 4.6% que de los primeros 12 años de Balaguer cuando el crecimiento superó el 8%, una cifra astronómica, pero que pierde brillo ante los serios problemas de represión política, persecución y restricción de libertades. Cada persona puede hacer su juicio de valor sobre esto.

Muchísimos factores explican estos resultados, una gran parte de los cuales están fuera del alcance de los políticos y funcionarios que en su momento dirigían el país, como por ejemplo los choques externos. Tal es el caso de la pandemia COVID-19 actualmente.

¿Será que un cisne negro persigue al PRD? Es una pregunta que pudieran hacerse los entes con vocación esotérica. En mi caso, veo los fenómenos económicos a partir de hechos comprobados en los que dominan la ciencia y el análisis.

Los periodos de Gobierno del PRD han coincidido con terribles eventos externos que han afectado el desempeño de la economía, como aumento del precio del petróleo, disminución del precio del oro o del azúcar en su momento o la crisis de la deuda que impactó a toda América Latina a principios de los años 80.

A principios del 2005, me tocó exponer en un seminario y concluí de esta forma:

“No existe una receta única para el crecimiento económico. Pero sí existe mucha evidencia real con la experiencia de otros países y del nuestro. La República Dominicana se ha caracterizado por ser una economía de alto crecimiento. Las recesiones han sido la excepción. Debemos aprovechar esta característica especial de nuestro país.

Creo que la crisis no debe hacernos perder la perspectiva. El problema es que nuestros países no aprenden y no aprovechan las oportunidades que brindan las crisis para mejorar, para hacer reformas y salir más fortalecidos. Ojalá que el país aproveche esta coyuntura.”

Estas palabras se aplican perfectamente a la situación actual. Veamos esta crisis como una gran oportunidad para llegar a los consensos necesarios que nos permitan avanzar como nación.

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