Desde que a Natasha le llegó la menstruación, a los doce años, le da con mucho dolor y abundante. A veces la tengo que levantar en las noches para que se cambie la toalla sanitaria.
En esta ocasión tenía más de diez días sangrando; le daban unos cólicos fuertes, incluso con diarrea. Le ofrecí pastillas pero no las quiso. La notaba distante, no quería conversar conmigo. Me repetía: “No quieres entender que ya no soy una niña, déjame”. ¿Por qué a las madres no nos dan un manual para entendernos con las hijas cuando llegan a la adolescencia?
El domingo Natasha se levantó temprano, se reuniría con las amigas de la escuela para estudiar. Salió rápido sin tomar nada, sin darme un beso, ni pedirme la bendición. No me gusta separarnos sin despedirnos.
Ya sola en la casa, me puse a organizar su habitación. Desde que se cree grande va dejando la ropa tirada en el suelo según se la cambia, le digo que parece una culebra dejando los cueros.
Al organizar la cama, debajo de la almohada encontré unas pastillas, al principio pensaba que eran para el dolor de la menstruación; luego pensé que se parecían a las que compraba. Recogí las pastillas y al leer su nombre casi me desmayo; eran Citotec, las pastillas para provocar un aborto.
No lo podía creer, mi muñeca de 16 años estaba embarazada. Esta menstruación tan prolongada era un aborto. Me senté en la cama y miré al cielo. Mi madre había muerto y como nunca necesitaba su apoyo. ¿Cómo voy a enfrentar esto? Su padre nos abandonó hace más de 10 años. Ella solo me tiene a mí, y yo solo la tengo a ella.
Me dejé caer en la cama. Miraba el techo mientras las aspas del abanico daban vueltas y vueltas. Buscaba una respuesta. De pronto imaginé las terribles noches de Natasha mirando el mismo techo, llena de miedo, sin saber qué hacer.
Mi hija siempre ha estado en cuadro de honores, sale poco y cuando lo hace es con sus amigas de siempre. Están juntas desde niñas y conozco a sus madres. ¿Cuándo tuvo relaciones sexuales?, ¿con quién? No entiendo por qué no me dijo nada.
Recé un Padre Nuestro y me agarré de Dios, más que nunca necesitaba sentir su fortaleza en mí. Tomé una decisión. Empeñaré mis prendas para poder llevarla a una clínica buena, de esa grande para hacerle un aborto. No la voy a dejar morir como las que salen en la televisión. Dios y mi madre me entenderán.
Dra. Lilliam Fondeur