Las EDEs tienen cinco veces más empleados que los necesarios, más de 8,000. Sólo necesitan 1,800. Sus gastos son desproporcionados. Pierden más del 40 % de la energía suministrada. Sufren las consecuencias los clientes, sobre todo el 75 % que consume hasta 200 kW/h/mes. Este interminable drama es poliédrico; una heroica solución sería apoteósica.
No debe reinventarse la rueda para finalizar el desastre. Basta privatizarlas —vendiendo, regalando o dándolas en administración. Sólo en subsidios, en 2022 las EDEs costaron al Estado más de US$2,000 millones, en vez de dar utilidades como toda empresa bien administrada. ¡Cuántos millones botados! Encima apagones. Y alto precio político. ¿Para qué quiere el Gobierno este surtidor de cananas? Le conviene mejor quitarse de encima todo lo que impida lograr sus objetivos.
Las EDEs causan más presión, insatisfacción y votos perdidos que la bulla bochinchera de quienes rechazan privatizarlas para solucionar el problema. El ejemplo de las EGEs debe bastar. Si las EDEs siempre empeoran, ¿para qué insistir dos años más? ¡Atrévase, presidente! Esperar resultados distintos haciendo lo mismo es… Usted sabe. Los votantes también.