Hace dos años comenté que una creciente proporción de jóvenes votantes en diversos países ha escapado al control mediático de la prensa –periódicos, radio y televisión— para formar sus ideas y determinar sus preferencias basándose en informaciones que conocen por las redes sociales y otras fuentes vía internet. Sumado a la crisis por déficit de ideas frescas en los partidos tradicionales, cuyos dirigentes aquí y allá lucen desconectados de los sentimientos de estas nuevas masas, esta realidad está redefiniendo la política.
Las movilizaciones organizadas vía Twitter, Instagram, Facebook, medios digitales y en menor medida el menguante correo electrónico (cosa de “viejos”), demuestran la fuerza del fenómeno. Los verdes locales, los neo-derechistas franceses y hasta un “tuitero” presidente Trump son apenas botones de muestra.
¿Podrá el colchón de votos que provee el clientelismo prevenir que resulte fatal para los partidos el creciente descontento de los votantes conectados a estas redes? La redefinición del panorama tras el discurso del lunes ofrece una extraordinaria oportunidad a los políticos con sangre nueva. ¿Aceptarán el reto?