Decía recientemente Fernando Savater que, cuando le preguntan qué libros cambiaron su forma de pensar, la obra que inmediatamente le viene a la mente es El conocimiento inútil (1988) del francés Jean-François Revel, que felizmente le “despertó del estupor izquierdista”.
Ese libro, que leí justo cuando me gradué de la universidad y que todavía es actual, es una verdadera revelación para todos aquellos que, como buenos latinoamericanos, fuimos educados en el anticapitalismo y entrenados en el deporte por excelencia en nuestra América y que explica el furibundo putinismo ambidextro latinoamericano: el antiamericanismo, terrible vicio al cual, como hace poco recordaba Javier Benegas, Revel le dedicó otra obra -La obsesión antiamericana (2003)- y que, en el fondo, es un antioccidentalismo, si partimos de que, como hace poco advertía Fernando Mires, Occidente es un concepto político que postula sociedades democráticas y liberales.
Pero hay otros libros, aparte de los de Ravel, que ayudaron a baby boomers fronterizos como yo -nací en 1964- a pensar críticamente y que contribuyeron a eliminar toda la mugre cerebral que nos deja la lectura de bestsellers con insoportables lugares comunes y soporíferos dogmas kitsch, tales como Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, el Paulo Coelho/Ricardo Arjona tanto de la vieja, retrograda y anacrónica izquierda como de muchos en la izquierda light, gourmet, caviar, exquisita latinoamericana. Son libros, al igual que el de Ravel, que permanecen actuales.
El primero de ellos es Del buen salvaje al buen revolucionario (1976) del venezolano Carlos Rangel, que desmonta una serie de mitos y falacias todavía muy populares en nuestras sociedades, tales como la pureza de las sociedades aborígenes, la leyenda negra sobre el conquistador español y el imperialismo como causa del subdesarrollo de América Latina. Afirma Rangel: “El imperialismo norteamericano en América Latina no es, desde luego, ningún mito. Sólo que es una consecuencia y no una causa del poder norteamericano y de nuestra debilidad”.
El segundo es el Manual del perfecto idiota latinoamericano (1996) de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa, no por azar dedicado por sus autores a Revel y a Rangel. El perfecto idiota es quien cree que “el subdesarrollo de los países pobres es el producto histórico del enriquecimiento de otros. En última instancia, nuestra pobreza se debe a la explotación de que somos víctimas por parte de los países ricos del planeta”. Ha tenido varias ediciones, incluyendo una con excelentes capítulos sobre el perfecto idiota español.
Soy un lector omnívoro y disfruto enormemente leer a los adversarios, en especial a los de fuste, pues como dice Jesus Silva-Herzog, “leer a los aliados es aburrido” mientras que los contrarios “nos ponen a prueba”. Por eso me encanta Carl Schmitt, quien, además, sensible a la lógica amigo/enemigo y como Isaiah Berlin, leía a sus adversarios intelectuales. Sin embargo, cuando te atragantas un panfleto -en el buen sentido de “fast food for thought”- de tus anticapitalistas, antiliberales y antiimperialistas adversarios de siempre y si no quieres sumergirte en El hombre rebelde de Camus, La sociedad abierta y sus enemigos de Popper o La mente cautiva de Czeslaw Milosz, más te vale tener a mano un buen coctel de antídotos: una combinación de Ravel, Rangel y Mendoza/Montaner/Vargas Llosa te haría más que bien.