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Descomposición social y golpe de Estado a la Constitución

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SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Hace alrededor de 500 años un gran encuentro o choque, confrontación o crisis de civilizaciones, se produjo en el paraíso terrenal que pasaría luego a ser ubicado en el mapa mundi como la isla de Santo Domingo o Española.

Una organización social más fuerte, dotada de instrumentos de hierro y pólvora, se impuso sobre una cultura agrícola, pastoril y de piedra pulida.

Cuando los conquistadores de España desembarcaron en aquel pedazo del Nuevo Mundo, se inició el proceso disolvente de la civilización índigena y la creación de una sociedad basada en relaciones sociales distintas.

La explotación de mano de obra esclava, la extracción de minerales como el oro, el cultivo intensivo de la tierra, y un distinto ordenamiento de las jerarquías de poder iban formando un tipo diferente de sociedad.

Naturalmente que todo fue sucediendo al compás de las necesidades de la metrópolis que regía la vida de La Española, de sus habitantes y encomenderos.

Con el pasar de los siglos, las nuevas relaciones sociales, el instrumento de comunicación oral establecido y los hábitos y costumbres que allí se desarrollaron dieron lugar a la formación de una antropología criolla desde el punto de vista cultural.

Y así se fue formando un pueblo nuevo, el dominicano, que ya para el 1821 tenía las chispas que le permitían a su pequeña élite dirigente vislumbrar la búsqueda de un espacio en el concierto de los Estados modernos que estaban creándose en América y el mundo.

Ese pueblo adquirió conciencia política y patriótica, hasta el punto de que decidió tomar el machete en 1844 y 1863 para reafirmar su decisión de constituir un Estado libre e independiente que arbitrara y ordenara sus relaciones sociales. Mostraba su voluntad de futuro.

No pudo una dictadura militar de una soldadesca extranjera durante el período 1916-1924 borrar a las dominicanas y dominicanos del mapa de la tierra.

Ni la invasión militar extranjera de 1965 convertida en atropello impidió que ese pueblo heroico ratificara sus deseos de ser libre e independiente.

A pesar de que fue entonces cuando empezó la descomposición social que aún padecemos, el espíritu que busca una sociedad fundamentada en valores humanos fraternos de justicia, solidaridad y progreso mantiene viva la luz de la cohesión social del pueblo dominicano, su cultura y sus metas nacionales.

Sin embargo, el recuerdo de lo que ha sucedido debe alertanos ante un nuevo peligro que nos asecha y acecha.

Miremos antes la memoria histórica. Hace ya tanto tiempo, éramos niños adolescentes, y sufrimos los traúmaticos cambios sociales que produjo en la sociedad dominicana un conjunto de sucesos políticos ocurridos entre los años 1961 y 1965.

Asesinatos, represiones, Golpe de Estado, invasión militar extranjera y hasta encerronas carcelarias por razones políticas.

Injustas e inhumanas persecuciones que sufrieron muchas mujeres y hombres dominicanos, y también jóvenes adolescentes como yo. Sin ningún asidero legal, sin ningún motivo, en dos ocasiones fui atropellado en las calles del centro de la ciudad de Santo Domingo por las fuerzas represivas ilegales e ilegítimas que desgobernaron la República Dominicana luego del Golpe de Estado de 1963.

Fueron miles los que sufrieron los vejámenes apadrinados por quienes se presentan ahora como los paladines de derechos humanos que ellos mismos ahora violan de otra manera en el mundo sin haber pedido excusas o perdones por la oleada de crímenes que patrocinaron en los 60 y los 70 para aplastar a la juventud de América Latina.

No pudieron por la fuerza, y se inventaron luego otros procedimientos alucinantes y alienantes que en todas partes pretenden imponer a los pueblos para perpetuar su dominio.

Entre los peores asesinatos de aquellos tiempos estaban la violación a las leyes de la convivencia justa y a las constituciones democráticas de nuestros países, y un caso de estudio para las nuevas generaciones es la manera como, con el patrocinio del poder extranjero, fueron derrocados nuestra Constitución de 1963 y su Gobierno legítimo.

Consecuencia de esos atropellos fue la invasión militar extranjera de 1965 para oponerse al retorno al poder del Presidente Constitucional, si bien con gallardía supieron enfrentar el pueblo en armas y el Ejército constituído por guardias dominicanos de pura cepa el monstruoso atropello de las botas extranjeras.

Desde 1947 tras la crisis de la geopolítica en Grecia y Turquia, la Doctrina Truman fue el antecedente del nuevo garrote que depuso a Betancourt en Venezuela, a Jacobo Arbenz en Guatemala, a Juan Domingo Perón en Argentina, a Juan Bosch en Santo Domingo, a Joao Goulart en Brasil, para citar solo unas muestras de los golpes de Estado propiciados por esa fuerza poderosa disfrazada para los nuevos tiempos.

Por su conciencia de la historia del mundo y de nuestra Patria en 1973 el Maestro Juan Bosch inició un nuevo proyecto de desarrollo político concibiendo la política como arte y ciencia destinada a humanizar, a revalorar material y moralmente la vida del pueblo dominicano. A elevar sus niveles culturales y de conciencia para caminar hacia la meta trazada en 1844 por el patricio Juan Pablo Duarte.

Juan Bosch dio apertura al nuevo sendero. Desde entonces han transcurrido 40 años, y hemos madurado, y aprendido bastante sobre lo que es la política aplicada, y de cómo se logran ciertos objetivos atravesando senderos sinuosos.

Este aprendizaje nos ha servido para ir conformando una nueva maquinaria política que ya ha sido capaz de introducir las primeras reformas importantes en el Estado y las cuales van asentando las bases para transformar la sociedad dominicana. La nueva Constitucion de la República de 2010 es una de esas reformas.

Como elemento zapata de la estructura del Estado Dominicano, esa Constitución nos recuerda a Juan Bosch y la que fue sustento de su gobierno en 1963. Aquella por la que los militares y el pueblo se rebelaron en el día de la libertad, el 24 de abril de 1965.

A veces aparenta que el fantasma de hace 50 años resucita, amedrenta, cuando poderes externos tratan de mediatizar las decisiones de nuestros organismos constitucionales.

Nuestra generación tiene en sus recuerdos los traumas que produjo el atropello del golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963, pero también tiene presente que el pueblo dominicano y sus militares conscientes supieron elevar en alto en 1965 la dignidad nacional.

Valga este recordatorio para aquellos que hoy pretenden dar un nuevo Golpe de Estado, de otro tipo quizás, subvirtiendo, tratando de derrocar nuestra Constitución.

ROMA, Marzo de 2014

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