Pocos dominicanos tienen edad para recordar la crisis de 1989, cuando Balaguer permitió que se agotara la gasolina y demás combustibles porque había amenazas de disturbios si eliminaban los subsidios para que los precios reflejaran los costos.
Tras una semana de caos, apagones interminables, industrias paralizadas, calles desiertas y enormes filas en gasolineras, los propios revoltosos rogaban al gobierno importar combustibles al precio que fuera. “No hay” es el precio más caro del mundo. Lo recordé viendo las protestas por el desmonte del subsidio eléctrico, pactado por gremios de empresas y trabajadores, partidos políticos y los sempiternos opinantes de la sociedad civil, tras años consensuando.
La Superintendencia de Electricidad dice que en noviembre y diciembre el alza promediará apenas 1.4 %, menos de lo que a veces suben los precios por inflación. Para eficientizar el negocio eléctrico, es imprescindible transparentar costos y precios. No sólo eso, pues el desastre administrativo y denunciada corrupción en las EDES es notorio y hay otras debilidades históricas del sector. Desmontar el subsidio es correcto para avanzar.