Despolitización

Es lo que explica también la politización de la política exterior como ha ocurrido con la cuestión haitiana en nuestro país, la ucraniana en Polonia y lo de la Guayana Esequiba en Venezuela.

Vivimos tiempos de alabanza a la despolitización. Funcionarios, líderes políticos y de opinión reclaman no politizar el tema del dengue, el cierre de la frontera dominico-haitiana y el anunciado desarrollo de Pedernales, entre otras cuestiones.

¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué temas nodales de la vida nacional, atinentes a elementos cruciales de las políticas públicas (de la salud, de las relaciones exteriores, del desarrollo económico nacional) que, valga la redundancia, son políticos, quieren ser aislados del debate político?

Para responder estas preguntas, hay que recordar lo que decía Carl Schmitt hace mucho tiempo: con este llamado a “no politizar”, lo que en el fondo se busca es mostrarse por encima de los demás “en su calidad de ‘apolítico’”. Es más, ese vano y absurdo intento de despolitizar lo que, por esencia, es un proceso de toma de decisiones políticas fundamentales, esa pretensión de “despolitización absoluta”, en realidad es la más política de todas las posiciones.

Esta exigencia de despolitización cae en terreno fértil pues la cosmovisión imperante desde comienzos del siglo pasado en nuestra América es la del culturalmente hegemónico arielismo y su “aristocracia del espíritu”, encarnada posteriormente en dictadores como Trujillo y que hoy esgrime una sociedad civil que tilda a los partidos y políticos profesionales de esencialmente malos y corruptos; que aborrece, con su adanismo, honestisimo y narcisismo político arrásalo todo, el indispensable, razonable y parcial consenso político democrático; y que concibe la política bajo la lógica populista y antagónica de los buenos contra los malos y los serios contra los sinvergüenzas, en contraste con nuestras democracias imperfectas, que son, como decía Adam Michnik, “una mezcla de pecado, santidad y tejemanejes”.

Resulta por ello paradójico que el partido Opción Democrática (OD), que ha asumido con gran entusiasmo desde su fundación este discurso antipolítico, decida tomar la decisión política de aliarse parcialmente para las próximas elecciones con el eminentemente tradicional partido político Fuerza del Pueblo. No son pocos los que han salido a criticar esta pragmática y comprensible acción, parecida a cuando Juan Bosch decidió capturar el voto trujillista para ganar las elecciones de 1962 o, más recientemente, cuando el Partido de la Liberación Dominicana decidió aliarse con el Partido Reformista para llevar a la presidencia a Leonel Fernández en 1996. Estos críticos ignoran que OD, gracias a Dios, por lo menos, en palabras de Slavoj Žižek, no pertenece a “esa izquierda marginal que no solo sabe que nunca llegará al poder, sino que secretamente ni siquiera lo desea”.

Ahora bien, “reivindicar lo político no significa sostener meramente su necesidad o inexorabilidad sino también admitir la exigencia de que algo se mantenga despolitizado o se le sustraiga, o se le disminuya, la posibilidad de politizarse” (Ricardo J. Laleff Ilieff). Es el caso del poder jurisdiccional y de los órganos constitucionales extrapoder cuya neutralidad política se presupone esencial, como la imparcialidad de la Administración Pública y la definición dentro de su ámbito de organismos reguladores dotados de una mayor autonomía (reforzada), esferas que, sin embargo, usualmente reciben la presión de los poderes políticos con vocación de politizar todo lo que le rodea. Es lo que explica también la politización de la política exterior como ha ocurrido con la cuestión haitiana en nuestro país, la ucraniana en Polonia y lo de la Guayana Esequiba en Venezuela.