“Día por día”

La generación de periodistas posterior a aquella cuyo ciclo vital cerró el deceso de Rafael Molina Morillo posee abundantes ejemplos de excelencia, entendida como el atributo personal que poseen quienes realizan el oficio con calidad y bondad superlativa.

La generación de periodistas posterior a aquella cuyo ciclo vital cerró el deceso de Rafael Molina Morillo posee abundantes ejemplos de excelencia, entendida como el atributo personal que poseen quienes realizan el oficio con calidad y bondad superlativa.

Merecen por tanto el aprecio de colegas de similares condiciones. Son comunicadores cuyas opiniones realmente influyen, en cuyas manos los medios puestos a su cargo prosperan, que gozan de la sincera admiración de sus pares.

Hay tantos periodistas mediocres empeñados en reducir el baremo de lo superbo como si así la medianía alcanzara mayor altura, que las generaciones nuevas podrían confundirse si no fueran tan avispadas. ¿Qué distingue al gran periodista del malo?

Quizás pueda extrapolarse el éxito de un médico: ¿cuántos pacientes salva y cuántos mueren o languidecen en sus manos?

Al final del día el buen periodista es aquel cuyo público le aprecia, cuya sociedad mejora por su ejercicio y cuya bondad resulta de que es primero buena persona.

Los insípidos, taimados, inmorales y corruptos nunca merecerán genuino respeto como don Rafaelito.