A Jesucristo, las autoridades terrenales de su época, quisieron sorprenderlo tramposamente con una pregunta de tipo político, de que si era lícito o no dar tributo al César romano.
Pero la Biblia dice que Jesús “comprendiendo la astucia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Mostradme la moneda. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción? Y respondieron: De César. Entonces les dijo: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Lucas 20: 22-25).
Se colige así que en los asuntos políticos terrenales, Dios tiene una posición muy clara y los discípulos y seguidores de Cristo están bien fundamentados en esa verdad. Como seres humanos, que vivimos en una sociedad organizada, con gobiernos democráticos, tenemos que respetar la Constitución y las leyes, así como a las autoridades. Así lo hizo Cristo.
Esto es un mandato divino, y al respecto, la Biblia dice: “Sométase toda personas a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Romanos 13:1-2).
Sin embargo, las autoridades tienen que ser las primeras en cumplir la Constitución y las leyes. No se puede gobernar bien, si los gobernantes no dan buenos ejemplos a los gobernados, y Dios mismo está consciente de esa realidad.
Dice la Biblia que los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno y tendrás alabanza de ella (Romanos 13:3). Sin embargo, vivimos dentro de una sociedad con una inversión de valores, llamando a lo bueno malo y a lo malo bueno, por lo que muchas veces los gobernados no pueden asimilar, además de la doble moral, las medidas impopulares de los gobernantes, dando origen a peligrosas rebeldías.
El verdadero cristiano es enemigo de la rebelión, ni tampoco apoya que el gobierno de su país caiga bajo un estado de ingobernabilidad, debido a que eso no es de Dios.
Empero, los gobernantes deben entender que ante Dios y los gobernados cargan con una gran responsabilidad, o de lo contrario serán vergonzosamente desplazados, porque “el Altísimo Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres, y que pone sobre él al que le place”, (Daniel 5:21). Porque un mal gobernante pierde el respaldo de Dios y el respeto del pueblo, como ocurrió con Saúl, el primer rey de Israel, desechado por su obstinación.
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