Lo traté en la Lope de Vega como el papá de compañeras de estudios alrededor de 1973 sin tener idea de que Manuel Guaroa Liranzo era un auténtico timacle de la política, contratista respetado por banqueros foráneos desde antes de 1966 y condiscípulo de grandes empresarios de Santiago.
Cuando estudiaba en Estados Unidos, al visitar en Nueva York a Balaguer entre 1979 y 1981, era él quien me llevaba al segundo piso para conversar con el estadista, interesado en conocer qué me había dicho el profesor Friedman sobre la curva Laffer durante un seminario en Stanford. Pude verlo como el gran estratega que fue, armando combinaciones en campañas políticas con su amigo Donald Reid Cabral. Hizo muchísimos favores, incluyendo salvar valiosas vidas en épocas turbulentas, sin nunca vanagloriarse.
Fue quizás el único colaborador íntimo de Balaguer que este no veía como subalterno. Siempre quise confesarlo para rescatar para la historia muchos secretos que nunca reveló para publicarse pese a nuestras conversaciones. Brindaba los mejores “morirsoñando”. Caballero cabal siempre, descanse en paz.