A dos años del impune asesinato del presidente Jovenel Moïse, Haití sigue demostrando que una situación crítica, y supuestamente insostenible, puede empeorar y mantenerse sin solución ante la impávida incuria de los responsables.
Ningún gobierno ni organismo internacional quiere admitirlo, pero al comenzar a hacerse justicia por sí mismos combatiendo con tiros a las bandas, los haitianos están en plena guerra civil. Grupos parapoliciales financiados por vecinos han matado casi 300 delincuentes en las últimas ocho semanas. En proporción a su población, son más delincuentes matados por día que en Ucrania civiles muertos por la guerra en dos meses, sin contar los que matan las bandas, que son más.
Haití sigue clamando por ayuda, pero nadie responde por su historia como despilfarrador de miles de millones de dólares donados y la falta de compromiso democrático de sus políticos y empresarios. Si pudiera hablarse del suicidio de naciones, este sería un ejemplo.