Cada nuevo año nos trae oportunidades, desafíos que enfrentar, propósitos por cumplir, tareas por realizar, reflexiones sobre lo que no se ha hecho y debe hacerse por más difícil y conflictivo que parezca, pero en un país como el nuestro cuando coincide con un año electoral, parecería que se tratara de dos años en uno.
La primera mitad de este 2024 será probablemente tierra pródiga para que algunos vendan sueños y se presenten como salvadores de la patria, para promesas, para anuncios de supuestas soluciones a problemas carentes muchas veces de fundamentos, para denuncias y críticas de candidatos opositores, incluso de asuntos en los que estos cargan con el fardo de la responsabilidad o la comparten, y para perspectivas halagüeñas de un futuro prometedor por parte de las autoridades que invitan a mantenerles el respaldo. Pero muy posiblemente la segunda mitad de este año, luego de celebrarse las elecciones municipales, presidenciales y congresuales será tiempo para alertar sobre necesidades imperantes, y para tratar de resolver en un semestre lo que debió hacerse a lo largo del año.
Así como se decía que los malos estudiantes que no aprovechaban el tiempo estudiando, irremediablemente dejaban las materias para agosto, en este 2024 todo lo positivo y simpático tratará de hacerse en su primera mitad, y se dejará para agosto recordarnos cosas odiosas que requieren del sacrificio de todos, como el hecho de que no podemos seguir arrastrando los niveles de déficit que tenemos, provocados en una altísima proporción por la falta de pago de la factura eléctrica por un 40% de los consumidores, ni podemos seguir postergando una reforma fiscal que debe aumentar los insuficientes ingresos del Estado y asegurar su racional manejo, la cual para ser equitativa y aceptada, deberá tocar a todos, aun a aquellos que han tenido siempre más músculos para evitar que les afecte, aunque con la racionalidad necesaria.
A pesar de que todos deberíamos estar conscientes de que las históricas pérdidas de las Distribuidoras de Electricidad son la consecuencia de que estas sean de propiedad y administración estatal, lo que ha hecho que la gente entienda que puede consumirla sin pagarla, aunque no pueda hacer lo propio con los minutos de sus celulares que pagan religiosamente, en muchos casos a altas tarifas, pues desde siempre las telecomunicaciones han estado en manos privadas, seguirá la negación de los que presumen de defender el interés público y muchas veces lo único que han hecho es beneficiarse de las arcas públicas y no quieren ceder ese botín, a aceptar cualquier reforma que garantice que ese sempiterno problema tenga solución.
Lo mismo ocurre con la educación, todos sabemos ya que no es solo cuestión de recursos, que el 4% ha tenido pobres resultados en elevar los niveles de aprendizaje, que tener atado este porcentaje al crecimiento del PIB es insostenible y ha provocado efectos indeseados, así como que la mayor carencia que tenemos es de buenos maestros, y que la oposición del gremio magisterial a la contratación de profesores extranjeros ha sido dañina para la educación pública, mientras la participación de estos en la privada ha sido positiva.
El debate político en vez de ser tan pobre como hasta ahora, debería estar concentrado en las impostergables reformas y acciones que debemos iniciar, la fiscal, la educativa, la eléctrica, la de la seguridad social, la de partidos para reducir el costo de las elecciones y enfrentar la penetración de dinero sucio a la política, la transferencia de competencias y recursos desde el gobierno central a los locales, entre otras, y ser el mecanismo por excelencia para evaluar candidatos y contrastar promesas con acciones, así como para dejar por sentado que quien sea que gane deberá promoverlas, y que los demás en aras de la coherencia no puedan luego obstaculizarlas. Ojalá que ANJE logre realizar los esperados debates electorales presidenciales y que estos estén enfocados en que cada uno de los aspirantes presente sus propuestas de cara a estas reformas y se comprometa a sentarse en la posterior mesa de discusión, independientemente de cuál sea el resultado electoral, y a trabajar porque estas sean las que convengan al país.