SANTO DOMINGO.- Estamos leyendo cada día con mucho estupor la narrativa del grueso expediente que involucra a militares en actos de corrupción.
No pretendemos juzgar a priori, mantenemos el principio de la presunción de inocencia y hay que esperar que los tribunales decidan libremente la suerte de los imputados.
Sin embargo, las evidencias del Ministerio Público -que a lo mejor serán atacadas en un ejercicio del derecho a la defensa- son historias de espanto.
Uno se pregunta si las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional son cuerpos sin controles internos, casas tomadas por una delincuencia uniformada y perfumada de cuello blanco.
Pensándolo de manera racional, el ruido del expediente es grande, pero luce que estamos ante una célula que es minoría y que no representa la esencia de los cuerpos armados.
Quizás es bajo esta premisa que el presidente Abinader ofreció ayer un espaldarazo, con toda su autoridad moral, a las Fuerzas Armadas.
Ha sido una decisión acertada porque, ciertamente, sobre los cuerpos uniformados pesa una crisis de reputación.
En la percepción pública son -y lo digo francamente- cuevas de delincuentes y hay que decir que la percepción a veces es la rotunda realidad.
El respaldo del presidente es positivo, pero no deja de ser coyuntural y episódico.
Los cuerpos armados necesitan una profilaxis real, trabajar la credibilidad, el respeto público y la admiración a partir de una reforma profunda.
Cualquier ayuda a su imagen de otras instancias de poder será un paño con pasta.
Nos ocupa la atención la reforma policial, pero la de las Fuerzas Armadas debe venir pronto, no debería tardar.