En menos de 50 días, República Dominicana enfrentará un momento decisivo con sus elecciones presidenciales y congresuales.
A pesar de las quejas generalizadas sobre la situación económica y el costo de la vida, las encuestas sugieren una inclinación hacia la reelección del presidente actual.
Este fenómeno, visto como incongruente por algunos analistas debido a los desafíos económicos y la percepción de inseguridad, parece encontrar su explicación lógica.
A mi juicio, esta podría centrarse en la desconfianza hacia las alternativas presentadas por la oposición. Los electores, al parecer, prefieren apostar por la esperanza en medio de situaciones económicas y sociales difíciles, en lugar de regresar al pasado.
El mensaje no es tan simplista como pudiera parecer: la sociedad demanda cambio, frescura en el liderazgo político, innovación y soluciones.
Este escenario plantea un desafío significativo para la administración, con la necesidad imperativa de resolver concretamente los problemas críticos de la nación.
No creo que el país esté en disposición de tolerar por mucho tiempo las promesas incumplidas y, en ese contexto, una desilusión temprana es un riesgo latente.
No tengan dudas de que ante nuevas decepciones, los electores pasarán factura sin vacilación. Es crucial para los líderes preferidos por la mayoría permanecer humildes y conscientes de la considerable deuda social del país y de la urgencia en implementar reformas fundamentales.
La megalomanía no tiene lugar en este contexto; tampoco el ensalzamiento personal ni la adulación, que suele envolver a los triunfadores.
No olviden que en el Palacio Nacional siempre se es inquilino y ave de paso; lo mismo ocurre en las instituciones.
Como diría un apreciado amigo: Que la retención del poder no los haga morir de éxito.
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