Santo Domingo.- Vivimos en la era de las celebridades digitales que imponen nuevos modelos de vida y de relaciones, y que incluso influyen hasta en la cultura institucional de las sociedades, en la justicia, y en otros poderes.
Vivimos en una era en que la justicia ya no solo se decide en los tribunales, sino también en la plaza digital. Las redes sociales y la cultura de las celebridades han dado paso al fenómeno de la justicia influenciada, donde la opinión pública digital condiciona la actuación de los tribunales.
No son pocos los fiscales o jueces que, por miedo a ataques reputacionales, terminan jugando a la simpatía popular en lugar de apoyarse estrictamente en lo que es la ley. La presión social desde las redes es un arma de doble filo. Puede fortalecer la institucionalidad al ejercer una pedulía crítica que genera contrapesos, pero también puede ser un campo minado para la justicia.
Cuando la indignación en redes dicta sentencia ante un juez, se abre paso al riesgo del juicio mediático, donde la serenidad procesal se ve sustituida por la histeria colectiva. Un ejemplo claro es el caso de Fernando Báez Sosa en Argentina. La presión digital fue tan intensa que expertos consideraron que las sentencias respondieron más al clamor popular que al análisis técnico de culpas individuales.
El estatus de celebridad o el peso viral de una causa pueden desviar el curso natural del derecho. En República Dominicana debemos reflexionar:
¿Queremos una justicia que actúe con ética y valentía o una que se someta al trending topic del día?
Solo recordando este principio y fortaleciendo los contrapesos institucionales, se podría impedir que la pena del banquillo impuesta en redes sustituya la justicia real, imparcial y basada en pruebas.
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