Desde hace siglos Haití viene montado sobre un terremoto político, social y económico que luce interminable.
Es una crisis que al paso del tiempo extiende sus raíces y se complica.
Cualquier salida planteada a partir de la intervención de manos externas producirá resultados parciales.
Todas las fórmulas que se plantean apelando a la comunidad internacional no pasarán de ser paliativos.
En otras palabras, es posible mitigar el impacto de la crisis haitiana, hacerla menos cruda, más controlada, pero de ahí a su solución definitiva es otra cosa.
La verdad es que solamente los haitianos como sociedad son quienes deben ponerse de acuerdo para sacar a ese país del marasmo.
Se habla de un país inviable por la falta de cohesión de su sociedad, el desencuentro de las élites, pero también de las masas, un fenómeno histórico.
Haití es todo un relato increíble, surrealista, fantástico, épico y lo seguirá siendo.
Debemos permanecer preocupados por el destino haitiano, pero sabiendo que no podremos resolver nada.
En ese marco, nos toca dejar de apelar al relato haitiano para soslayar la agenda nacional de reformas, de cambios y de cumplimiento de promesas.
El problema haitiano hay que verlo con seriedad y objetividad, no como pan y circo, ni elemento de distracción. Ya conocemos ese triquito y, francamente, nos cansa.