Una vez, un connotado político dominicano encaró a un adversario indicando que donde la gente de su agrupación pisaba, no nacía yerba.
La alusión tenía como base un paradigma histórico: los hunos, la tribu bárbara y violenta, capitaneada por su rey Atilas.
En la mañana de este martes escuchaba el comentario radiofónico de un colega periodista que definía como una horda al anterior gobierno.
Aunque a diario se dice lo mismo con palabras distintas, me llama la atención el ejercicio de la memoria corta en el país, inclusive entre quienes hacen opinión pública.
Vista desde el presente, la peor administración de gobierno siempre será la que pasó más recientemente.
En el Estado dominicano se anida una larga historia de saqueo al erario, de expoliación y extracción de riquezas para bolsillos particulares.
Muchas fortunas, no solo de políticos, se han hecho a la sombra del Estado, los privilegios que prodiga y hasta los entramados de corrupción en alianza público privada.
El problema es que la lucha contra la corrupción, la persecución judicial y las investigaciones son más fáciles de llevar sobre la base del espectáculo de lo reciente.
¿Es eso malo? No lo es. La corrupción debe ser enfrentada en todos los tiempos.
Cuestiono el ataque cortoplacista, selectivo y con ribetes políticos, pues así nos olvidamos de que el gran desafío es cambiar el curso del latrocinio que viene desde muy atrás.
Esto conlleva profundas reformas, aplicar grandes y emblemáticas consecuencias a los atracadores de cuello blanco y, con la fuerza de la ley, expulsar el Atilas que muchos ciudadanos llevan en el corazón.