Las elecciones que acabamos de celebrar ofrecen lecturas interesantes para el aprendizaje político y la formación de conciencia ciudadana. Veamos algunas de tantas:
La imposición de candidatos contra la voluntad del partido es un grave error, y peor si el elegido sale tan caro y carece de gracia.
Victimizar a sus propios compañeros, de la misma casa política, causa heridas internas difíciles de curar.
Tratar de ridiculizar a liderazgos emergentes que usan nuevos códigos de comunicación para emocionar, irrita al electorado y pone en desobediencia al partido.
Confiar en que las maquinarias políticas lo pueden todo por sí solas, y mucho más si están en el poder, es andar perdido como el hijo de Limbert.
Una campaña costosa y avasallante en publicidad y propaganda no necesariamente crea capital político ni aumenta por sí sola el caudal de votos.
El país no niega un segundo mandato a los presidentes que lo hacen bien o que se aproximan a las expectativas del pueblo.
Se confirma que existe un pesimismo dominicano como categoría sociológica y filosófica.
Estas elecciones no sólo reivindican el pensamiento de José Ramón López y Francisco Moscoso Puello, sino que nos ponen en la perspectiva de no valorar mucho en las encuestas si la situación económica va mal.
Para que la economía lleve a variar la intención del voto, tiene que producirse una catástrofe como ocurrió en 2003 con las quiebras bancarias.
En cada proceso electoral, debemos hacer que gane la democracia porque un país con estabilidad política tiene muchas oportunidades como destino de inversión.
Contar con una Junta Central Electoral eficiente, transparente y creíble es la mejor inversión en política.
Pero nada es comparable, nada tiene más valor que una ciudadanía que mostró un civismo histórico.
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