Reflejo leve de la creciente violencia de las calles ha sido la muerte el 14 de mayo de Wilson Ramírez Nicodemo, 14 años, a causa de una estocada al corazón que le ocasionó su compañero de faena diaria, tres años menor que él, durante una riña por un par de pesos que había regalado un chofer a cambio de limpiarle el cristal del vehículo en el crucero de las avenidas Winston Churchill y Charles Summer, del Distrito.
Como cada día, el trabajador a destiempo había salido a las 7 de la mañana, desde Los Alcarrizos, provincia Santo Domingo, hasta el centro de la metrópoli, donde desafiaba todos los riesgos para ganarse la comida. Pero lo regresaron a su tugurio en un ataúd fabricado con la misma la calidad de su extrema pobreza
Si grave el hecho, más grave el tratamiento mediático ligero y efímero a tema tan profundo solo por mantener en escena los culebrones, como si el país estuviera hambriento de info-xicación y le sobrara información de calidad.
Lo ocurrido debió conmover la sensibilidad nacional; mas a duras penas pasó como estrella fugaz por falta de consistencia informativa y opinativa. Las damas del Don y el affaire del jefe del Fondo Monetario Internacional con la mucama del hotel Sofitel del Manhattan rico, en Nueva York, están hasta en la sopa. Argüirán que son cuestiones de “alto nivel”.
No hay tiempo ni espacio ahora para los detalles más próximos, que sí atañen a los verdaderos intereses de la sociedad dominicana.
La muerte de Wilson se rebela sin embargo ante el acentuado desprecio mediático. Y habla por los suyos que aún viven, y son millones. Ha servido incluso para puntualizar la indiferencia estatal y privada ante el drama, pese a que éste es presentado a sus narices durante todas las horas de cada año. La indigencia estructural que representa el jovencito asesinado debería obligar a que las autoridades caminen con las cabezas hacia abajo, avergonzadas por su ineptitud.
Porque la de él solo es una escena de una larga y tenebrosa película que tiene como actores a seres humanos que salen a trabajar –o a malpasar– en el pandemonio o gran mercado informal que son las esquinas de las avenidas citadinas donde, montada sobre la inercia de la autoridad, la violencia se enseñorea con todas sus caras a cualquier hora: agresiones, robos, prostitución, violaciones, engaños, insultos, enfermedades…
Cada menor que va a trabajar allí aprende rápido que llegó a un pulso en el cual no las tiene todas a su favor: morir o sobrevivir a las horas, sus únicas salidas. Las relaciones de poder son profundamente desiguales. Los grandes se imponen a los pequeños; los más viejos a los jóvenes; las hembras sufren más si no se empantalonan… Y por eso, quien llega al escenario busca la forma de armarse con lo que halle, para defender primero su integridad y luego lo ganado. Por eso el matador portaba la corta-pluma con la que le dio el “tiro” de gracia a Wilson.
Las calles son solo para malabaristas de la “búsqueda” a cualquier precio. Quien no posea esas agallas, no puede estar. Por eso, allí es muy dura la vida de los desarrapados como Wilson.
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