En un país donde las intrigas y confrontaciones verbales fuera de tono enrarecen el ambiente nacional, la voz de moderación, equilibrio y conciliación del obispo emérito monseñor Francisco José Arnaiz era siempre un bálsamo de alivio y distensión.
Hombre sencillo, pastor que practicaba la tolerancia sin dejar de exponer con firme responsabilidad sus ideas y su pensamiento, Arnaiz seguía fielmente la sabia enseñanza bíblica de que la palabra mansa aplaca tempestades.
A pesar de su sólida formación teológica e intelectual, Arnaiz estaba tan compenetrado, por convicción y práctica, con la misericordia predicada por el cristianismo, que rehuía de cualquier forma de arrogancia que pudiera ofender a sus semejantes.
Fuera de sus obligaciones estrictamente eclesiásticas, sus palabras y accionar, incluidos discursos y artículos publicados en la prensa, estaban dirigidos principalmente a contribuir a una convivencia armónica en la sociedad dominicana a través de la conciliación y el respeto colectivos.
De ahí, entre otros factores, su estrecha cercanía en pensamiento y obras con ese otro gran propulsor de la paz social por medio del diálogo y la concertación, monseñor Agripino Núñez Collado, quien le acompañó con solidaridad y entrañable afecto en esta etapa de internamiento y convalecencia que precedió a su muerte.
Los artículos de Arnaiz en la prensa escrita tenían siempre un mensaje que invitaba a la serena reflexión sobre diversos temas de la vida nacional, entre los que se destacaban las cuestiones referentes a la familia y a los valores morales.
La Iglesia católica y la sociedad dominicana en su conjunto han sufrido un hondo vacío con su partida, pero tienen un gran legado y una enseñanza de seguir adelante afrontando retos sin diatribas y ajenos por completo a los “chismes” que matan, tal como acaba de advertir el Papa Francisco.