El 48 aniversario de la muerte de Mamá Tingó

Doña Florinda nunca asistió a la escuela, pues en esa época no había escuela en su comunidad. Más tarde emigró a la comunidad de Sabana Grande de Hato Viejo, Yamasá, donde tenía algunos parientes.

SANTO DOMINGO.- La señora Florinda Soriano de Muñoz, nació el día 8 de Febrero de 1918 en la comunidad de San Felipe Villa Mella, Distrito Nacional.

Fueron sus padres José de la Cruz y la señora Eusebia Soriano Aquino.

Los primeros años de su vida lo dedicó al cuidado del hogar; como actividad doméstica estaba la fabricación de sillas para el hogar, construidas de palo y guano de palmera (cogollo) el cual ella hervía y luego lo secaba al sol; con estos tejía las sillas que servían para ayudar en la manutención del hogar.

Doña Florinda nunca asistió a la escuela, pues en esa época no había escuela en su comunidad. Más tarde emigró a la comunidad de Sabana Grande de Hato Viejo, Yamasá, donde tenía algunos parientes.

Era una mujer fuerte y de piel negra. Se casó con un joven llamado Felipe Muñoz, juntos procrearon siete (7) hijos de los cuales en la actualidad viven cinco (5) son ellos: Juana, Domingo, Bonifacio, José y Felipe Muñoz Soriano.

Su casa era construida de tablas de palmeras, techada de yagua de las mismas y piso de tierra. En esta comunidad se dedicó a las labores agrícolas y la crianza de animales tales como: vacas, caballos, chivos, gallinas, cerdos, y otros pero en menos cantidad; pues su situación económica era muy pésima.

Sus hijos fueron inscritos en la escuela, pero ninguno logró completar la educación primaria.

Su esposo murió a temprana edad en una riña a unos cincuenta metros de su casa.

Después de la muerte de su esposo, la tarea fue más fuerte para ella, por lo que se dedicó a la venta de leñas para la panadería.

En avanzada edad asistió a una escuela nocturna, pero nunca logró alfabetizarse.

Era simpatizante del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), y en época de los doce años de Balaguer se inició la confrontación en la lucha campesina y los terratenientes por quitarle la tierra, no solo la de ella, sino la de todos los campesinos de esa comunidad. Esto inició con el Mayor Ramón, quien cercó los terrenos de Mamá Tingó y otros más.

Esta lucha se prolongó por varios años, ya que los terratenientes querían apoderarse de toda la tierra de la comunidad, de manera tal que los campesinos sembraban rubros para su sustento y el de sus hijos, tales como: yuca, plátano, batata maíz, auyama, guandules, habichuela, entre otros, pero éstos no podían ser cosechados porque eran arados por personas enviadas por los terratenientes.

El terrateniente Pablo Díaz Hernández cercó con alambres de púas más de 8,000 tareas de tierras y con tractores arrancó la cosecha de los campesinos.

El 1 de noviembre de 1974, los campesinos de Hato Viejo se presentaron ante el Tribunal de Monte Plata, pero el terrateniente Pablo Díaz no asistió a la audiencia. Al regreso de Mamá Tingó a su finca se encontró con la información de que el capataz Ernesto Díaz (Durín), empleado del terrateniente había soltado a los cerdos de Mamá Tingó. Ella fue a amarrarlos, pero el capataz permanecía escondido en el lugar y aprovecho el momento donde le disparó con una escopeta. Mamá Tingó intento defenderse con un machete, pero dos disparos, uno en la cabeza y uno en el pecho la dejaron sin vida. Murió en Hato Viejo a la edad de 52 años.