Líderes políticos que gobiernan naciones desarrolladas del mundo realizan operaciones y actividades con el fin de dominar a los países débiles controlando sus economías, llevando a cabo la política del tiburón ávido de ingerir sardinas, confiados en su poder y su influencia política.
Al respecto, poderosas entidades financieras internacionales se aprovechan de las debilidades de esos países, y acuden a “su auxilio” con una supuesta política de “salvataje”, metiéndolos en abusivos endeudamientos, y su incumplimiento implica un control de sus economías y una “obligada” reforma al sistema impositivo, que repercute negativamente en las clases más desposeídas.
Algunos, con su poder económico, mantienen un dominio disfrazados de inversiones en distintas áreas de sus economías, incluyendo la explotación de sus recursos naturales y otros a bases de préstamos otorgados por organismos multinacionales con intereses leoninos, que lo que hacen es empobrecer mas a los países subdesarrollados.
Alguien ha dicho, y con mucha razón, que quien controla la fuente de comida controla la gente, quien controla la energía controlas los continentes, y quien controla el dinero controla el mundo.
Ante esas premisas, nos movemos en la esfera de conflictos de gigantescos y multiformes poderes que lógicamente favorecen a los más fuertes, que pretenden ser dueños del mundo. Observamos luchas entre individuos y entre naciones, entre el orden público y el crimen, entre el bien y el mal, y entre la vida y la muerte, todos en defensa, a como de lugar, de sus intereses políticos y económicos.
En estos conflictos, del poder de las tinieblas, el cristiano cuenta con el auxilio de Dios, el Creador, Omnipotente y Sustentador del Universo. El asombroso poder de Dios está disponible por medio de Su Palabra y nos cubre y nos libra de las artimañas diabólicas en el presente siglo malo que nos ha tocado vivir.
Nuestro Dios cuenta con un Poder Creador y Destructor, y la Biblia dice «por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca» (Salmos 33:6,9; 148:5). «Por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua» (2 Pedro 3:5-6). «Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos (2 Pedro. 3:7).
Además, posee un Poder Renacedor que permite un cambio radical en la vida del ser humano, y al respecto Dios expresa que «siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre» (1 Pedro 1:23). «Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Juan. 3:3). «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es (una nueva creación); las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17).
Nuestro Dios y Señor Jesucristo, posee un Poder Iluminador, siendo el primer mandato creador registrado en la Biblia es el siguiente: «Y dijo Dios: Sea la luz y fue la luz» (Génesis 1:3). De la misma manera, la palabra de Dios nos ilumina: «Porque Dios que dijo: Resplandezca la luz de en medio de las tinieblas, es él que ha resplandecido en nuestros corazones, para darnos la luz del conocimiento de la gloria de Dios, en el rostro de Jesucristo» (2 Corintios, 4:6).
Hay algo importante y es el Poder Sanador que causó el mayor asombro cuando Dios se manifestó en Cristo y dice la Biblia que “ estaban todos maravillados, y hablaban unos a otros, diciendo: ¿Qué palabra es esta que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos y salen?» (Lucas 4:36). El centurión mostró su fe: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará» (Mateo 8:8).
Otra característica de nuestro Señor y Salvador es su Poder Morador, cuando Cristo enseñó que la palabra de Dios, similar a una semilla, germina y lleva fruto cuando mora en buenos corazones (Lucas 8:11,15). Además, debe morar en abundancia (Colosenses 3:16).
Cristo acusó a los judíos incrédulos de carecer de esta morada, «Ni tenéis su palabra morando en vosotros; porque a quién El envió, vosotros no creéis» (Juan 5:38).
La palabra actúa en los creyentes (1 Tesalonicenses 2:13) y les imparte la naturaleza divina mediante preciosas y grandísimas promesas (2 Pedro 1:4). Cuando abrigamos a la palabra, nos limpia y nos guarda de pecar contra Dios (Salmos 119:9,11). Ese es el asombroso poder que protege a sus hijos, los creyentes.
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