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El aula de clases de hoy

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Renunciaríamos a nuestra propia identidad, si pasáramos por alto el libro Carta a una Maestra, un clásico pedagógico de mediados del siglo pasado, basado en una experiencia escolar italiana, en la cual a nadie se excluía del milagro de concederle la oportunidad de sentirse parte del pan de la enseñanza.  Lo menos que recibía el alumno era su diploma de sexto curso, porque, las claves del éxito didáctico y de aprendizaje consistía en otros valores: Reforzar con mucho impulso el deseo de superación y del esfuerzo por aprender de cada alumno, y que se sintiesen orgullosos de su cultura italiana.

Pensamos en aquella aldea de Florencia, frente a una escuela infuncional dominicana, anquilosada, incapaz de enseñar, ya que, solo reproduce, que solo crea alumnos individualistas, arribistas,  oportunistas y jóvenes desinteresados de su propia cultura, o indiferentes a sus raíces históricas, patrimoniales, familiares y, peor aún, carentes de autenticidad personal y espiritual.

Pierden los estudiantes en las escuelas el valor del aprendizaje, como instrumento indispensable para alcanzar la gran reivindicación del ser humano, su libertad.  Proponemos entonces una escuela con energía, capaz de crear el ambiente propicio, para una pedagogía habitual en la cual se consagre el vicio por evitar que los alumnos se sientan juzgados en el aula, o limitados en su fe escolar, por la falta de racionalidad en los planes, programas y en el aprendizaje, pero, que tampoco pese sobre ellos, el fantasma de la calificación que obtengan en unas pruebas nacionales.

Necesitamos, y con urgencia, devolverle a las aulas el buen  humor y la alegría, que produce el aprender, ese saber que sepulta la crítica, los complejos, los prejuicios y las exclusiones de primer momento.  Porque estos defectos obstruyen la tormenta de ideas que se levanta con la creatividad, y le cierren el paso a los sentimientos y a la curiosidad del alumno, por indagar en el conocimiento.  En virtud de que todo el saber que adquirimos es para darlo.

Descartemos en los aprestos del aula la página en blanco, que suponen los planes, los programas y las consignas, como práctica creativa escolar, cuando, mas bien, se corresponden con una estrategia de mercado de los agregados educativos, y que, de ningún modo, representan prácticas, teorías o funciones, con mejores resultados, ni en el entrenamiento de los profesionales del sistema, ni en la eficacia de los métodos y metodologías, tanto didácticas como pedagógicas.

Despierta en nosotros curiosidad y asombro, la soledad con que las autoridades del sistema aprueban y ponen en ejecución nuevos métodos, planes, metodologías y estrategias de enseñanzas, implantados con poco rigor, desde México, sin la movilización personal, sin liberar a los sujetos imaginarios del magisterio y a los funcionarios técnicos, ni a los órganos consulares del sistema, y lo que es peor aún, y sin miedo al juicio externo, por poner en vigencia una idea que las autoridades entienden como novedosa y milagrosa, sin darse cuenta de que en la realidad es una masa pedagógica difusa.

Distinguir entre lo accidental y lo esencial ha faltado en el sistema educativo de los dominicanos, y sabemos que será difícil, ya que, como actividad intelectual exige explotar la memoria, igual que explotar una mina, porque formular los conocimientos son el valor supremo de todo aprendizaje, y más aún, exponerlos después en forma breve y precisa, tanto a nosotros mismos como a los demás.

Relegamos el lenguaje en esta nueva estrategia educativa, sin leer el aula de clases lo suficientemente bien, y si lo hubiésemos hecho, entenderíamos, que un buen lenguaje lleva implícita una buena inteligencia.

Es que en una enseñanza en la cual se prescinde del lenguaje, la pedagogía es una tragedia didáctica.  Gracias a ella seguimos atados a la experiencia y a la creencia del siglo pasado, de que sin el lenguaje es imposible buscar argumentos para una tesis, escribir los planes y los programas de clases, redactar los resúmenes y los objeticos escolares, divulgar las ciencias sociales y naturales; explicar los gráficos matemáticos, físicos y geométricos, en forma verbal.

Quedarían también fuera del aula los deberes y las virtudes, de los estudiantes, de los maestros y de la sociedad.  Esas obligaciones compartidas de comprenderse así mismo que tiene todo alumno, y de hacerse cargo de su propia vida.  Virtud que ha desaparecido en la escuela de hoy.  Con lo cual el aula de clases se ha transformado en un proyecto pedagógico contradictorio.

Educar a una persona con estas aventuras metodológicas, deja de ser la excitación de lo novedoso, para transformarse en la vanidad de una autoridad, que ha perdido su oficio convocante de profesores, de alumnos y técnicos, porque se sienten defraudados, y más bien, decepcionados en su única recompensa, la dicha de aprender.

Cavaríamos una trinchera plagada de barbaries inductivas y deductivas, con las rocas que esparce esta excavadora metodológica mejicana, un obstáculo que alejaría, mucho más, a la sociedad y a las demás instituciones escolares, y a las universidades de la escuela oficial.  Todo esto, porque la autoridad y el poder político entienden, que su fanatismo pedagógico goza de la credulidad social y de la racional de la sociedad educativa dominicana.

Propiciamos con estos cambios metodológicos evidencias de nuestro bajo nivel, tanto en investigación como en innovación pedagógica, pero, también sacamos a flote la quiebra institucional del sistema de enseñanza, y la subjetivación ideológica de la realidad de todos los departamentos regionales.  Unos escollos que perjudican la administración escolar y cambian bruscamente la vida del alumno, dado que, la autoridad en lugar de ser el líder de las soluciones, se transforma en la causal agravante, de los problemas en los objetivos educativos.

Sería, tal vez, que calculamos mal el valor del éxito administrativo y de la ética de la desdicha, porque, en cualquier caso, el triunfo o el fracaso, sirven para que evitemos las ilusiones en la esperanza de una aventura, y para que pensáramos en la exaltación del espíritu nacional y cultural, que ha sido confiado soberanamente a la escuela dominicana.

Discriminar las hipótesis valorativas de esta aventura metodológica le vendría muy bien a la escuela, porque es bueno que frenemos el apetito y nuestra tendencia comercial, a la hora de llenar de cachivaches los contenidos, los agregados, las metodologías y genéricos educativos, con unas cuentas nuevas que, cada cuatro años, buscan y consiguen un nuevo borrón.

Pensemos en que la bondad necia le hace mucho mal, a lo bueno que podamos hacer por las aulas dominicanas, cuando consideremos los resultados indeseados de la virtud viciosa y de la firmeza desatinada, en mantener este programa de transversalidad de la educación.  Porque, siempre será una dicha para la autoridad, todo lo malo que pueda mejorar, frente a todo lo bueno que pueda empeorar, y esta es la virtud milagrosa que alcanzamos, cuando todos leemos lo que dicen las aulas.

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