En los países donde impera el sistema democrático, plasmado en la Constitución, como en el nuestro, hay que celebrar comicios cada cuatro, cinco o seis años, para elegir a las nuevas autoridades presidenciales, legislativas, provinciales y municipales.
Para las personas con derecho al voto, constituye una situación engorrosa escoger a un candidato para cualquier cargo, porque en países pequeños, como el nuestro, tenemos la ventaja de conocer a todos los políticos y sabemos de que lado cojean.
Otras personas, que dicen sentirse defraudadas con los políticos, han perdido la fe en el sistema democrático, y no acuden a ningún proceso electoral. Pero como van las cosas, en los procesos electorales, la abstención de votantes es cada vez mayor, porque muchos desconfían de los políticos, y dicen que los gobiernos electos se manejan con el mismo patrón, olvidándose de su compromiso con el pueblo. Empero, hay que ejercer el derecho al voto.
Los candidatos, sin excepción alguna, en sus programas de gobierno prometen que disminuirán la pobreza, que aumentarán los presupuestos de Educación y de Salud Pública, que implementarán programas de viviendas, que mejorarán el sistema de producción y suministro de energía eléctrica, que construirán carreteras y caminos vecinales, que distribuirán tierra a los campesinos, crearán fuentes de trabajo y otras lindezas. Una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Eso lo sabemos todos.
Con estos gobiernos denominados democráticos, no importa en el país que sea, desarrollado o no, son muy pocos los pobres que logran disfrutar de esos “beneficios” que prometen los políticos, pero que no llegan como debieran llegar, aunque exista un abultado presupuesto que se alimenta de las contribuciones del pueblo, y de préstamos externos, que todos tenemos que pagar.
En nuestra breve existencia, no solo de pan vive el hombre, como dijo Jesucristo, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Por consiguiente, en esta corta vida, sobre la tierra, donde la justicia social es casi un mito, tenemos que elegir a las mejores personas con la capacidad de darnos las cosas que satisfagan las necesidades básicas y que el pueblo disfrute de un ambiente de paz y tranquilidad. Pero esto, no hay dudas, es casi como pedirle peras al olmo.
Al aprovechar el período electoral, y al promover mi candidato favorito y divino, que siempre se mantiene en campaña, llamando a los pecadores al arrepentimiento, quiero decirle a mis amigos, que sólo Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, en el plano espiritual, y por que no decirlo también, en el material, es quien nos ofrece y da lo excelente, como es la seguridad, en todo lo sentido, el gozo, la paz, el amor, el dominio propio y la vida eterna. Ningún hombre, aquí en la tierra, por más sabio que sea, puede dar lo que no tiene.
Mientras que Jesús, que por gracia nos salva, se dio así mismo, al morir en la cruz del calvario por ti y resucitó victorioso. Él es el pan y el agua de vida que satisface el hambre y la sed espiritual, el príncipe de paz, el médico divino, el abogado que nunca ha perdido un caso, la roca inconmovible de los siglos, el príncipe de los pastores, el Buen Pastor, la luz del mundo, la puerta de las ovejas, el camino, la verdad y la vida, el Sol de Justicia, el Rey de Reyes y Señor de Señores, el más hermoso de los hijos de los hombres, el juez justo y más sabio que Salomón. Ese es mi mejor candidato, en el plano espiritual, quien nunca ha defraudado a nadie, así que, políticos o no, votemos por él, abriendo nuestro corazón.
Es maravilloso saber que él nos elige primero a nosotros, que nosotros a él. Jesús dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiere al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Juan 15:16). El siempre responde la oración de fe del creyente.
Al respecto, cuando el apóstol Pablo conoció el amor de Dios manifestado en Jesucristo, y tomó la decisión de seguirle, expresó: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura (estiércol), para ganar a Cristo” (Fil. 3:7-8). Para el apóstol Pablo esta fue la mejor elección de su vida, decidirse por Cristo. Dios quiere que tu también hagas lo mismo y elijas al mejor candidato, a Jesús, el Hijo del Dios viviente”, para que presida tu vida, y no te arrepentirás de haber tomado esa magnífica y excelente decisión. Que el Señor Jesús te bendiga.
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