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El cártel de los testarudos y el efecto vejiga

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Me resisto a creer que las drogas son un mal necesario para muchos países, como teorizan algunos. Pero me ahogan las dudas sobre la testarudez de los gobiernos en mantener métodos que han servido más al fermento del mal y a su caudaloso río de  sangre que a aminorarlo.

¡No entiendo, no entiendo!

A ratos pienso que los empresarios de la droga celebran cada día con champagne la manera como las autoridades antinarcóticos del globo buscan soluciones sensacionales. Tal vez las perciben como sus aliadas indirectas en tanto le encarecen el producto y los enriquecen más rápido.

Solo le presento a usted, apreciado lecto-autor, estos datos difundidos con toda la parafernalia mediática imaginable en diciembre recién pasado por el Gabinete de Seguridad del gobierno mexicano presidido por Felipe Calderón, quien, desde su llegada al Palacio, le declaró “la guerra al narcotráfico”:

30 mil muertos durante los primeros cuatro años de los seis de su gestión.

Y durante el 2010:

27,000 delincuentes apresados, entre ellos 1,179 secuestradores; 8,000 secuestros; 190 bandas desarticuladas; 1,184 personas liberadas con vida; incautación de 2 millones 172 mil 23 toneladas de marihuana; 17.3 millones de pastillas de psicotrópicos; 12,6 millones de metanfetaminas… Los muertos en las calles se contaron por montones (15,273); las masacres fueron recurrentes.

En Colombia, el gran productor de drogas de América, la situación es igual de dramática. Y sus autoridades reaccionan con la misma espectacularidad: celebrando a menudo “un duro golpe” a los capos, presentando vehículos incautados y un promontorio de paquetes de cocaína de un kilo cada uno, protegido por hombres tenebrosos y sigilosos armados hasta los dientes que solo evocan las películas de ficción, porque –como casi siempre anuncian los voceros–  el valor del producto en el mercado supera los 5 millones, 10 millones, 100 millones de dólares…

Ni en México ni en Colombia el problema ha dado señales de ceder. Tampoco en República Dominicana, donde asumen el mismo estilo de ataque y exhibicionismo, el cual ni por asomo es el de Estados Unidos, el mayor consumidor. El país más poderoso de la tierra es cauteloso y no suele exponer a sus agentes; mucho menos a los encubiertos.

Desconozco cuáles hilos profundos definen la madeja, pero percibo a las autoridades que combaten al narcotráfico aferradas a un método infuncional, pues mientras aprietan la vejiga por un lado, le sale la barriga por el otro; o mientras le tapan un boquete a la llanta lisa, se le abren otros. Lucen como el marido obsesionado con una mujer que le ha dado sobradas muestras de rechazo.

Claro queda que no basta la represión. Y menos como la ejecutada en la actualidad, como si se tratase de una popular película de terror.

El narcotráfico y su secuela de adicciones y violencia sin fin es un problema demasiado grave, de alta complejidad, por su diseño y la diversidad de los actores que interactúan en todo el proceso. Recordar que los llamados “paraísos fiscales” (países blanqueadores de dinero) mueven al año 600,000 millones de dólares de esa gigante empresa mundial, entre el 2 y 5 por ciento del PIB del mundo, según ha escrito en Internet Juan Manuel Riera.

En pueblos del sur, del norte y del este de nuestro país ya abundan los ex miserables jóvenes, quienes no se dejarían matar si un asaltante les pidiera a cambio 200 millones de pesos. Las autoridades son las primeras indiferentes ante escenas tan evidentes… y tristes.

Hay que construir nuevos modelos, si no existen, para combatir esta pandemia social. Imposible cualquier solución sin desarrollar las comunidades y hacerlas arquitectas de su destino.

Con un mercado tan vasto de adictos, la producción aumenta para satisfacerlo y la represión encarece el producto. Hay que ensayar otras salidas, más realistas, integrales y efectivas. Y menos sangrientas.

En sus momentos de impotencia, el humorista y productor de televisión Freddy Beras Goico clamaba por la colocación de drogas en cada esquina para que todo el que quisiera morirse, se muriera. Otros, en el mundo, plantean la legalización  para quitarle atractivo al negocio y se caiga la produccion…

¿Y usted, qué piensa?

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