El chivo expiatorio de la dirigencia haitiana

En su fascinante obra María Antonieta, la cual no solo está dedicada a explorar las facetas pública e íntima de esta enigmática mujer, sino también a explicar el surgimiento de la Revolución francesa, el destacado escritor austríaco Stefan Zweig recurre a una vieja enseñanza de la historia universal para explicar la razón por la cual los dirigentes de la Revolución, para evitar una guerra civil por su incapacidad de concertar entre sí la forma de consolidar el proyecto revolucionario, abogaban entonces por una guerra contra Austria. Dice Zweig: “Antiquísima receta: cuando los Estados y los gobiernos ya no son capaces de superar las crisis internas, tratan de desviar la tensión hacia fuera”.

Esta máxima aplica, sin matización alguna, al comportamiento de los dirigentes políticos haitianos frente a la República Dominicana en el contexto de los significativos cambios que en materia migratoria y de nacionalidad han puesto en práctica las autoridades dominicanas durante el último año y medio. ¿Cómo explicar que el Gobierno de Haití, ante el hecho irrefutable de que 288,000 ciudadanos de ese país se hayan incorporado a un plan de regularización migratoria, haya optado por atacar a la República Dominicana en lugar de celebrar ese acontecimiento histórico? ¿Qué puede justificar que la dirigencia gubernamental haitiana haya desplegado una ofensiva política y diplomática tan intensa en diferentes foros y con diferentes aliados gubernamentales y no gubernamentales contra la República Dominicana en lugar de poner sus recursos, pocos o muchos, al servicio de este gran esfuerzo de regulación migratoria que ha llevado a cabo el Gobierno dominicano? ¿Por qué, en lugar de festejar el hecho de que esos trabajadores regularizados podrán continuar enviando remesas a sus familiares sin el riesgo de ser deportados, las autoridades haitianas han optado por fabricar historias sobre violencia y abusos en deportaciones que no han ocurrido? La respuesta hay que buscarla en esa inexorable lección de la historia de la que nos habla Stefan Zweig.

Podría argumentarse que el Gobierno dominicano está actuando bajo el mismo predicamento, pero resulta que el presidente dominicano goza de una popularidad fuera de lo común, la economía está estable y en crecimiento, y no hay amenazas de crisis política que requiera buscar algún enemigo externo como chivo expiatorio. Más bien, el Gobierno dominicano ha llevado a cabo un proceso de regularización migratoria que, salvo algunos extremistas, ha contado con el apoyo de la sociedad dominicana, algo inusual, pues normalmente procesos de este tipo generan fuertes divisiones y contradicciones en las sociedades en los que se implementan, ya que siempre hay amplios sectores que se resisten a la regularización de los inmigrantes indocumentados. Y para quien no lo crea, solo tiene que ver lo que está ocurriendo en Estados Unidos con la mil veces prometida, y otras mil veces postergada, reforma migratoria, para solo citar un ejemplo.

El caso del liderazgo político haitiano es completamente distinto. Incapaz de dar respuestas efectivas a la crónica y persistente crisis política, económica, social, medioambiental y de seguridad de ese país; incapaz también de construir una institucionalidad viable que le dé estabilidad política a esa nación; e igualmente incapaz de superar la rebatiña y el faccionalismo grupal e individualista que lo mantiene en un sube y baja permanente, con instituciones disfuncionales, un sistema electoral inservible y cincuenta y tantas personas queriendo ser presidentes a la vez. Ante todo este fracaso político y de liderazgo, lo más fácil, lo más cómodo, lo más conveniente y oportunista es “desviar la atención hacia fuera”, en este caso hacia la República Dominicana, de modo que a nadie se le ocurra exigirles responsabilidad y rendición de cuentas por lo que han hecho y dejado de hacer.

Es verdaderamente sorprendente que, en lugar de emitir alguna declaración de reconocimiento al Gobierno dominicano, la dirigencia gubernamental haitiana esperara el fin del Plan de Regularización para difundir que desde el lado dominicano vendría una embestida de deportaciones que generaría una crisis humanitaria y pondría en peligro un proceso electoral sobre el que nadie esta en condiciones de decir si se llevará a cabo o no. Este articulista no es de los que andan diciendo que en este país todo es perfecto, que no hay abusos ni violaciones a los derechos humanos, ni racismo ni ningún otro mal que pueda afectar a la población inmigrante haitiana y sus descendientes, como tampoco ignora las diferencias que hemos tenido con ese país en diferentes coyunturas históricas; sin embargo, este era un momento para que las autoridades haitianas tuvieran un gesto de reconocimiento que ayudara a fomentar la confianza y la cooperación entre ambos gobiernos y ambos pueblos.
En cambio, con una visión de corto plazo y con una mezquindad política desconcertante, el Gobierno haitiano decidió mover sus teclas y activar sus resortes de apoyo en diferentes partes del mundo para que a República Dominicana le llegara una presión descomunal desde fuera, que la hicieran capitular en el ejercicio de atributos fundamentales de su Estado y de su ordenamiento jurídico. Lo que no han medido los líderes gubernamentales haitianos, ofuscados como están en sacar ventaja política interna a estos acontecimientos y apoyo externo para ocultar sus fracasos, es que, como suele suceder, las cosas, tarde o temprano, vuelven a su lugar, y cuando eso ocurra, ahí estarán ellos frente a su pueblo sin nada que mostrar. Y la fatiga y la frustración volverá a apoderarse de la comunidad internacional ante la imposibilidad de sacar nada adelante en ese país que dé esperanza a ese pueblo que tanta energía, creatividad y laboriosidad ha mostrado a través de su historia.